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EL HORNO DE MICROONDAS

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El sabio teme y se aparta del mal; más el insensato se muestra insolente y confiado (Proverbios 14:16).

Mi alimentación depende por completo de los hornos de microondas. Ese aparato calienta mis cenas congeladas, mis burritos congelados, la “carne” vegetariana y mucho más. Y por más que uso muchísimo el horno de microondas, no suelo pensar demasiado en cómo funciona. El gobierno, por otro lado, sí. 

 

Una regulación federal estipula que el horno de microondas no puede usar más de 5 milivoltios de radiación microonda por cada centímetro cuadrado. Este límite, intencionalmente, no se acerca para nada a la cantidad de radiación necesaria para causar daño a una persona. Si las regulaciones cambiaran y permitieran que los hornos de microondas tuvieran más radiación, podríamos cocinar la comida congelada más rápido que nunca. Pero aun así, me gusta saber que el horno de microondas no puede nunca lastimarme con su radiación. ¡Más vale prevenir que lamentar! 

 

A la mayoría de nosotros ni se nos ocurriría jugar con los límites de la radiación de nuestro horno de microondas. Eso sería insensato y peligroso. Asimismo, debemos evitar el mal, cueste lo que cueste. En lugar de aproximarnos lo más cerca posible a la tentación sin caer en ella, o “sin pecar”, debemos correr en la dirección opuesta y rodearnos de influencias piadosas. Así como un horno de microondas tiene límites impuestos para ni acercarse a la posibilidad de causarnos daño por la radiación, nosotros podemos poner límites seguros que nos mantengan lejos del peligro del pecado.

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