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UN SALERO

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Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No servirá más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres (Mateo 5:13).

Hace cuarenta años, cuando mi mamá estaba en la escuela, guardaba algunas cositas en su escritorio para poder comer durante el día. Uno de estos objetos era un pequeño salero. Por supuesto, la mayoría de la gente no come sal sola, sino que la usan para condimentar otras comidas. Si las papas no tienen mucho sabor, un poquito de sal las arregla. Los pepinos, que saben más a agua que a otra cosa, de pronto se convierten en una delicia para los sentidos cuando reciben un rocío de sal del salero. 

 

Jesús dijo que sus seguidores eran como la sal, pero nos advirtió que si perdemos el sabor, nuestra identidad en él, ya no podremos condimentar el mundo con nuestra testificación. E incluso si somos buenos cristianos con un sabor fuerte, tenemos que salir de nuestra zona de comodidad habitual, así como la sal debe salir del salero para lograr una diferencia. 

 

Dios nos dio muchas formas de revolucionar las cosas y salir de nuestra zona de comodidad para testificar. Los programas de colportaje de verano les enseñan a los adolescentes y jóvenes adultos a distribuir material evangelizador impreso. 

Muchas escuelas secundarias y superiores promueven los ministerios de puerta en puerta, en los que las personas oran por gente que nunca han visto antes. Vivimos en un mundo insípido e inerte, en el que las personas que lo habitan necesitan probar la bondad de Dios en carne propia. Cuando estamos dispuestos a revolucionar nuestra vida y permitir que nuestra sal se esparza, otros pueden aprender sobre Dios también. Entonces, ellos también serán sal en esta tierra y descubrirán cómo revolucionar su propia vida para Dios.

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