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Kevin, de 10 años de edad, deambulaba por uno de los edificios, asomándose por las ventanas de las aulas y mirando las carteleras. Pero todo eso perdió su atractivo muy rápido cuando notó un pulidor de piso enchufado al final del pasillo. Kevin corrió hasta la máquina. Quizá podría pulir el piso. Luego de encontrar el botón de encendido, Kevin tomó la manija y encendió la máquina. El pulidor comenzó a girar, pero en lugar de ser Kevin quien giraba el pulidor, la máquina lo giraba a él. Kevin la apagó rápidamente y se alejó, contento de que nadie lo hubiera visto.
Los pulidores son como las amistades. A veces pensamos que podemos aprovechar la amistad para mejorar a nuestros amigos y hacerlos más “lisos”. A veces podemos; pero otras veces, nuestros amigos tienen una influencia negativa y nos hacen girar fuera de control. Por eso, la Biblia nos advierte que evitemos amistades cercanas con personas imprudentes. Por ejemplo, dice: “No te entremetas con el iracundo, ni te acompañes con el hombre de enojos, no sea que aprendas sus maneras, y tomes lazo para tu alma” (Prov. 22:24, 25). Nuestras buenas intenciones pueden producir un efecto contrario.
Cuarenta años después, Kevin (mi padre) puede usar las herramientas y máquinas de construcción más poderosas. Un pulidor ya no lo asustaría, porque ha crecido en estatura y en fuerza durante muchos años. Así, cuando crecemos en la Palabra de Dios y recibimos fuerza de él, podemos preocuparnos menos de que las influencias negativas nos hagan dudar. Solo tenemos que acordarnos de poner a Dios antes que cualquier relación. Solo él puede mantenernos firmes y ayudarnos a ayudar a nuestros amigos.