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Dustin, de 4 años, cruzó el pasillo en puntas de pie hasta llegar al tobogán de un metro de alto que había en la sala de estar. Se asomó sigilosamente a la cocina. Al parecer, sus padres todavía estaban dormidos. Dustin sabía que no debía jugar en el tobogán mientras sus padres durmieran, pero cuando estaban despiertos lo obligaban a trepar por la escalera en lugar de por el tobogán en sí. Dustin rápidamente corrió al tobogán e intentó trepar la empinada pendiente. Desafortunadamente, se resbaló, cayó por un costado y comenzó a gritar. Sus padres se despertaron de un salto y lo llevaron a la sala de emergencias, donde se enteraron de las malas noticias: Dustin se había quebrado el brazo.
Se supone que los toboganes son divertidos, pero cuando los usamos de modo incorrecto, nos podemos lastimar. De la misma manera, Dios creó el sábado para darnos un día de relajamiento, lleno de diversión y de compañerismo con otros cristianos y con él. Quiere que tengamos un día especialmente maravilloso con él cada semana. Lamentablemente, muchos se abusan de este día de adoración.
Piensan: “El sábado se hizo para mí, así que puedo hacer lo que yo quiera en él”. Pero, así como nos lastimamos cuando usamos mal los toboganes, también podemos sufrir un daño espiritual si “hacemos lo nuestro” en el día especial de Dios.
Dios nos dio reglas específicas para disfrutar al máximo del séptimo día: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; más el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas” (Éxo. 20:8-10). Dios no creó el sábado para restringirnos, sino para darnos el disfrute de caminar más cerca de él. Sigamos sus planes para su día especial y experimentemos el gozo que él quiere que tengamos.