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UNA HUELLA

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Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús (Filipenses 3:13, 14, NVI).

Cuando mi hermana y yo éramos pequeñas, los domingos de mañana ayudábamos a mi papá a lavar el coche. “Ayudar” generalmente significaba pasar una esponja por el coche un par de veces y después correr debajo de la manguera; pero disfrutábamos muchísimo de la tarea. En una de esas ocasiones, decidimos competir en un desafío de “huella perfecta”. Corríamos por el agua que rodeaba el coche limpio y después pisábamos con cuidado el pavimento seco, esperando crear huellas perfectas. Nos llevó varios intentos, pero al final aprendimos a mantener nuestros pies sobre el agua durante unos segundos para que gotearan antes de colocarlos sobre el asfalto seco. Estaba tan orgullosa de mis huellas perfectas que cuando el sol secó el agua y borró la obra de mis pies me sentí devastada y traicionada. Las huellas rara vez duran. Ya sea en la arena, en el pavimento o en el bosque, siempre llega algo que las borra y deja todo como estaba antes. 

 

Nuestro pasado es como huellas: está detrás de nosotros y ya se fue para siempre. Nuestros mayores logros y nuestras decepciones más amargas han dejado una impresión en nuestra vida; pero no necesitamos vivir en el pasado. Pablo dijo en Filipenses que él estaba enfocado en su premio celestial, y nosotros podemos hacer lo mismo hasta que la pequeñez de nuestro pasado desaparezca. Cuando mantenemos los ojos en Jesús, la tarea que olvidamos en febrero, la presentación solista fallida del concierto de primavera o la discusión hiriente con tu hermano anoche ya no importan tanto. “Fija tus ojos en Cristo… y lo terrenal sin valor será, a la luz del glorioso Señor”.

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