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Estaba haciendo fila al lado del corral de los caballos, lista para mi turno. Hacía años que no montaba a caballo, pero el personal del campamento nos ofrecía a los acampantes un recorrido seguro y controlado por un sendero prefijado para hacernos probar cómo era el entretenimiento equino.
Un empleado amigable me guio a un caballo grande y viejo. Pisé en el estribo y me subí, lista para la emoción. Desafortunadamente, mi caballo no compartía mi emoción a causa el paseo. Comenzamos a caminar por el sendero y me restregó contra cada árbol que pasábamos, intentando tirarme. Como mi pie permanecía firme en el estribo, terminé con la pierna llena de raspaduras y moretones, por la rudeza de ese caballo malhumorado.
Si me hubiera soltado del estribo esa tarde, podría haber evitado gran parte del dolor que experimenté luego del paseo. El estribo era una trampa que me mantenía firme para sufrir más dolor cuando el caballo giraba bruscamente a la derecha y a la izquierda para golpearme contra cada árbol. En cambio, el caballo y yo deberíamos haber seguido el consejo de Salomón: “No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal” (Prov. 4:27).
A menudo sabemos hacia dónde Dios quiere que vayamos en la vida, pero nos desviamos del camino y nos ponemos en peligro. En lugar de eso, ¿por qué no permanecer en el sendero recto y angosto, y quitar nuestro pie de los estribos que nos llevan al dolor?