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El 8 de mayo de 1886, William Cavin recibió la patente de la tetera. No hay dudas de que este invento había adornado muchos hogares antes de esa fecha; pero luego de la patente, la tetera se convirtió en mucho más que un elemento de la cocina. Los niños comenzaron a cantar sobre su forma redondeada, y este objeto se conoció popularmente por su forma baja y robusta, y su chillar al calentarse.
El “chillido” o silbido de una tetera ocurre solamente cuando los líquidos en su interior llegan a una temperatura elevada que causa que los gases escapen al aire más frío. Suena como un tren furioso, un lobo solitario o un niño que llora. Podemos contar con que las teteras silben sin parar cuando se junta la presión.
En la actualidad, muchas veces intentamos esconder nuestras emociones. Preferimos mantener una fachada calmada y tranquila. Llorar parece de débiles. Pedir ayuda es impensable. Pero somos débiles e incapaces. En el libro de los Salmos, vemos a un David angustiado y preocupado. Estaba huyendo por su vida; era un fugitivo de Saúl. David había herido “a sus diez miles” (1 Sam. 18:7), pero aun así clamaba a Dios cuando no veía una salida a su situación. La palabra “clamar” aparece muchas veces en los Salmos, y Dios nunca reprende a David por clamar a él.
Como una tetera, y como David, podemos clamar a Dios cuando se junta la presión y las circunstancias se calientan y están fuera de nuestro control. Nosotros no podemos controlar todo lo que pasa en nuestra vida, pero Dios sí. Podemos clamar la oración del salmista: “Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo” (Sal. 61:2).