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Cuando escuché por primera vez el concepto del muérdago, me pareció una idea horrible, y revisaba los marcos de las puertas para asegurarme de no invitar accidentalmente a alguien a darme un beso. Ahora que estoy casada, el muérdago no me asusta tanto, aunque sigo evitándolo cuando no estoy en mi casa.
Besar a un desconocido debajo del muérdago nunca me sonó para nada romántico. No puedo siquiera mantener el contacto visual con alguien durante más de seis segundos sin sentirme incómoda. ¡Dar o recibir un beso de alguien al azar me incomodaría demasiado!
Puede que no disfrute del contacto físico que promueve el muérdago, pero cuando la justicia y la paz se besan, solo pueden pasar cosas buenas. Vemos el resultado de ese beso en nuestra vida de muchas formas. Cuando estudiamos la Palabra de Dios, oramos pidiendo la dirección del Espíritu Santo y entregamos nuestras cargas, crecemos en justicia y experimentamos paz; todo al mismo tiempo. La Biblia dice: “No hay paz… para los impíos” (Isa. 57:21), pero “el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Isa. 32:17). La paz y la justicia van de la mano o, como diría David, labio con labio.