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DESVENTAJAS FÍSICAS Y ESPIRITUALES

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«A los que salgan vencedores les daré un lugar conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono» (Apocalipsis 3: 21).

Algunos de los personajes más célebres del mundo tuvieron defectos físicos. Lord Byron nació con una deformidad en el pie derecho. Robert Luis Stevenson era tuberculoso. Alexander Pope era jorobado. El almirante Nelson perdió la vista en un ojo, luego de haber sido herido en combate. Edgar Allan Poe era neurótico. Thomas Edison y Beethoven eran sordos. Julio César era epiléptico. Charles Darwin era discapacitado.

 

Helen Keller era ciega y sorda, Luis Pasteur era tan miope que apenas podía moverse en su laboratorio sin anteojos. Franklin Roosevelt, aunque discapacitado a causa de una parálisis infantil, fue elegido cuatro veces presidente de Estados Unidos.

 

A pesar de sus defectos físicos, ninguno de ellos se rindió. En vez de decir: «Podría tener éxito en la vida si tan solo tuviera las ventajas de otras personas» , tuvieron la firme determinación de luchar a pesar de las dificultades. Demostraron que las limitaciones físicas no son decisivas si se tiene una mente aguda y un espíritu inquebrantable. Los premios del mundo se conceden a los vencedores.

 

Así también sucede en el reino espiritual. Cristo promete a los vencedores el privilegio de compartir su trono en el cielo. Sin embargo, corremos el riesgo de considerar nuestras limitaciones espirituales como obstáculos infranqueables hacia la victoria. Tal vez pensemos que la vida eterna está más allá de nuestro alcance porque hemos heredado una inclinación natural hacia el mal, que se expresa en deseos pecaminosos y da como resultado un carácter débil. Pero si podemos vencer las desventajas físicas, ¡también podemos vencer las espirituales! «Cristo ha dado su Espíritu como poder divino para vencer todas las tendencias hacia el mal, hereditarias y cultivadas, y para grabar su propio carácter en su iglesia» (El Deseado de todas las gentes, p. 641).

 

Cristo afrontó todos los desafíos y los venció, y nos ofrece la victoria. Por tanto, si realmente deseamos ser vencedores, podemos serlo, porque «con nosotros está el Señor nuestro Dios para ayudarnos y [...] pelear nuestras batallas» (2 Crónicas 32: 8, NTV).

 

 

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