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LA CURA DEFINITIVA

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«Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna» (Juan 3: 14, 15).

La peste negra del siglo XIV fue sin duda una de las pandemias más devastadoras de la historia humana. El brote repentino de esta enfermedad terminó con la vida de entre setenta y cinco y doscientos millones de personas, y afectó de manera significativa la económica y el estilo de vida de aquella generación.

 

Ningún pueblo está completamente preparado para enfrentarse a una plaga, como vimos hace unos años con la COVID-19, y el pueblo de Israel no era la excepción. Por eso, en su peregrinación por el desierto, miles de israelitas murieron al ser atacados por «serpientes venenosas» . ¡Habían hablado contra Moisés y expresado dudas sobre la dirección de Dios, pero ahora reconocían que habían actuado mal: «i Hemos pecado al hablar contra el Señor y contra ti! ¡Pídele al Señor que aleje de nosotros las serpientes!» (Números 21: 7). Entonces Dios ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera en un asta, de modo que, si alguno era mordido y miraba a la serpiente que había sido Levantada, quedara sano.

 

Esto era un símbolo de la muerte de Cristo por nuestros pecados. Aunque, por nosotros mismos, no podemos solucionar el problema del pecado, podemos ejercer fe en Jesús para el perdón de los pecados. Contemplar el sacrificio de Jesús con fe nos sanará de la peste más devastadora de la historia: el pecado.

 

En cierta ocasión un paciente fue donde su farmacéutico:

—¿Puede darme algo para el resfriado?

—¿Trajo la receta? —preguntó este a su vez.

—No —fue la respuesta—, pero traje el resfriado para curarlo.

 

Con frecuencia, los que buscar un remedio para la enfermedad del pecado procuran presentar su propia receta al Señor, pero todo lo que él nos pide es que aceptemos los beneficios de su sacrificio en nuestro favor. No podemos añadir ninguna virtud al sacrificio de Jesús, pero podernos abrir nuestro corazón y permitir que Dios obre el milagro de la salvación en nuestras vidas. Apreciado joven, «si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación» (Romanos 10: 9).

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