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LA VIDA O LA MUERTE

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«El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo» (Romanos 6: 23).

En ciertos países orientales la justicia suele castigar a los criminales imponiéndoles la pena de la decapitación en lugar de mantenerlos en la cárcel durante largos años.

 

Cierta vez un criminal fue llevado ante el rey para que escuchara su sentencia. Su corazón latía con fuerza mientras esperaba a que el rey hablara. Fue condenado a muerte por decapitación.

 

—¿Tienes una última petición? —preguntó el rey, como acostumbraba. —El condenado tragó saliva y carraspeó porque tenía la boca seca. Luego expresó su último deseo:

—Su Majestad, solo desearía beber un vaso de agua.

El rey ordenó que le llevaran el agua. Cuando el hombre recibió el vaso, le temblaban las manos de tal manera que no lograba llevárselo a los labios.

—¡Deja de temblar de ese modo! —le ordenó el rey irritado—. Tu vida no corre peligro mientras no bebas el agua.

 

El criminal miró al rey a los ojos por un instante mientras pensaba en lo que acababa de escuchar. Repentinamente, abrió la mano y dejó caer el vaso al suelo, que se rompió en pedazos y el agua se desparramó sobre las relucientes baldosas de la sala de audiciones. Los guardias se movieron nerviosos.

 

El condenado miró fijamente al rey y le dijo:

—Ahora reclamo la palabra real. Usted dijo que mi vida no correría peligro mientras no bebiera el agua. ¡Ahora ya no podré beberla!

El rey sonrió de mala gana y dijo:

—Ganaste tu vida. No puedo quebrantar mi palabra, ni siquiera en tu caso. Te has salvado.

 

El reo de esta historia aprovechó la única oportunidad disponible para salvar su vida. No se aferró a sus errores del pasado, sino que tomó una decisión que transformó su futuro. Algo parecido sucede con nosotros, hemos vagado lejos de Dios y estamos condenados a muerte. Pero en el mismo lugar donde se expresa nuestra condena también se nos promete la vida, porque «el pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo» (Romanos 6: 23). «Si [hoy] confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo» (Romanos 10: 9, RVC).

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