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¡CUIDADO CON LA PROSPERIDAD!

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«El Señor y Dios de ustedes los va a hacer entrar en el país que a sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob juró que les daría. Es un país con grandes y hermosas ciudades que ustedes no construyeron; con casas llenas de todo lo mejor [...]. Cuando eso suceda, procuren no olvidarse del Señor, que los sacó de Egipto, donde eran esclavos» (Deuteronomio 6: 10-12).

Cuenta una fábula que una araña se descolgó con su hilo desde un travesaño del desván y se estableció en un lugar más bajo. Allí tejió su red, cazó moscas, engordó y prosperó. Un día, al reconocer sus dominios, vio el hilo que se extendía hasta donde ella no alcanzaba a ver. «¿Para qué es esto?» , dijo, y lo cortó... y toda su red se derrumbó.

 

¡Qué ilustración tan precisa de la vida! El ser humano lucha por alcanzar ciertas metas en la vida, trabaja y se esfuerza, y con la bendición de Dios alcanza cierto grado de bienestar e influencia. No obstante, en lugar de agradecer humildemente a Dios por esas bendiciones, se atribuye a sí mismo el mérito y se olvida por completo de Dios. Solo cuando golpea la desgracia, recuerda la fuente de todas las bendiciones.

 

Algunos son como el muchacho que estaba trabajando sobre un tejado muy inclinado. Perdió el equilibrio y comenzó a deslizarse. Desesperado, oró pidiendo ayuda. En ese momento sus pantalones se engancharon en un clavo que sobresalía, deteniendo su caída. El joven logró ponerse otra vez de pie, entonces dijo: «No te preocupes, Señor, ya no te necesito» .

 

Aferrarnos a Dios en la adversidad, mientras lo olvidamos en la prosperidad, es una manera poco sabia de conducirnos. Fuera de Dios no hay bendición, porque «Dios [.1 es quien nos da todo lo bueno y todo lo perfecto» (Santiago 1: 17, TLA). Aquel que nos «llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz maravillosa» (1 Pedro 2: 9) tiene todavía innumerables bendiciones para nosotros, si tan solo lo dejamos entrar en nuestro corazón. Hoy es un buen día para agradecer a Dios por las bendiciones del pasado, mientras lo reconocemos una vez más como nuestro Señor y Salvador.

 

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