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LA BANDERA DEL AMOR

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«Sobre mí enarboló su bandera de amor» (Cantares 2: 4, NVI).

Desde la antigüedad, existen costumbres relacionadas con las banderas que nos resultan familiares. La bandera blanca indica que se pide misericordia o muestras intenciones pacíficas. Una bandera roja advierte del peligro; en la guerra, indica desafío e incita a luchar. Una bandera amarilla indica que hay una enfermedad infecciosa en una embarcación y que los pasajeros están en cuarentena. La bandera negra es símbolo de que no se tendrá misericordia con los vencidos. La bandera a media asta es señal de duelo, y arriar la bandera significa respeto o rendición.

 

El estandarte de nuestro Padre celestial es el amor. Por eso, cuando Moisés pidió ver su gloria, Dios pasó delante de él, proclamando: «¡[Yo soy] el Señor! ¡El Señor! ¡Dios tierno y compasivo, paciente y grande en amor y verdad!» (Éxodo 34: 6). El ejemplo de Dios nos muestra que no debemos reservar el amor para ocasiones especiales, sino que debe ser un testimonio constante de que somos hijos de Dios. Jesús afirmó: «El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos» (Juan 13: 35, NTV).

 

La enseña del amor de Dios sigue ondeando sobre nosotros, aunque a veces nos veamos tentados a cuestionar las acciones de su providencia. Cuando los días son oscuros y parece que todo está en nuestra contra, podemos tener la seguridad de que el estandarte del amor de Dios todavía nos protege.

 

Bajo la bandera celestial, no tenemos nada que temer. ¿Puedes ver esa enseña de amor ondeando sobre ti esta mañana? Flamea cuando estás triste y en tus momentos de regocijo, en medio de tus éxitos y fracasos, cuando andas por el «valle de sombra de muerte» o si descansas «en delicados pastos» . No siempre la puedes contemplar, pero siempre está allí.

 

Hoy puedes tener la seguridad de que «el gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota» (Lamentaciones 3:22, NVI) y al mismo tiempo comprometerte a obedecer el mandato del Señor: «Ustedes deben amar a sus enemigos, y hacer bien, y dar prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa, y ustedes serán hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos. Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo» (Lucas 6: 35-36).

 

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