|
«Encontramos esto. Fíjate bien si es o no la túnica de tu hijo» (Génesis 37: 32), fueron las palabras cuidadosamente escogidas por los hermanos de José para hacer creer a su padre que José había sido devorado por algún animal salvaje. Desde ese aciago día el corazón de este hombre se mantuvo llorando por la muerte de su hijo por más de veinte años.
Si consideramos que Jacob mantenía una estrecha relación con Dios, podemos suponer que en numerosas ocasiones le había derramado su alma atribulada, mientras lloraba por la pérdida de su hijo. Sin embargo, en ningún momento el Señor le reveló que José estaba con vida en Egipto. ¡Dios guardó silencio por más de veinte años! Y, a pesar de esto, estuvo al control de los acontecimientos en la vida de José.
Fue Dios quien impidió que sus hermanos mataran a José. Fue Dios quien prosperó el trabajo que José hacía en la casa de Potifar. Fue Dios quien le dio las fuerzas para resistir las constantes insinuaciones de la esposa de su amo egipcio y quien permitió que Potifar lo enviara a la cárcel, en vez de decapitarlo. Dios le hizo ganar la confianza del carcelero, e hizo arreglos para que el copero y el panadero fueran sus compañeros de prisión. Permitió que el sueño del copero se cumpliera y, finalmente, lo sacó de la cárcel al palacio.
Pero si Dios estuvo al tanto todo ese tiempo, ¿por qué guardó silencio sobre la condición de José? Para evitar que Jacob estropeara su plan en la vida de José. Por eso, solo en el momento indicado, dijo al patriarca: «No tengas temor de ir a Egipto, porque allí haré de ti una gran nación. [...] Además, cuando mueras, será José quien te cierre los ojos» (Génesis 46: 2-4, NVI).
Hoy, al igual que con José, Dios tiene planes para ti y, aunque a veces parezca guardar silencio, siempre está presente. Hoy es un buen día para reconocer la mano de Dios en las pequeñas providencias de la vida y confiar en su amoroso cuidado.