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UN PODEROSO TESTIMONIO

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«Mantente fiel hasta la muerte, y yo te daré la vida corno premio» (Apocalipsis 2: 10).

Jan Hus, reformador religioso checo, y su discípulo Jerónimo de Praga enseñaron en Bohemia con valor y determinación las enseñanzas de la Biblia, contrariando así muchas creencias populares. Hus aceptaba solamente lo que podía comprobarse con las Escrituras. Por eso los dirigentes religiosos, al no poder refutarlo, acallaron su voz quemándolo en la hoguera. Jerómino fue encarcelado por la misma razón.

 

En una ocasión, cuando Jerónimo estaba débil y enfermo, su fe y su valor flaquearon y declaró que la iglesia había condenado a Hus justamente. Tiempo después, solo en su celda, se arrepintió de haber traicionado al que había sido su maestro y de haber negado a su Señor. Decidió que, si tenía una segunda oportunidad, se mantendría firme en favor de la verdad.

 

Un año después fue llevado de nuevo ante el tribunal. Entonces dijo: «Me equivoqué al condenar a Hus» . Sus amigos le aconsejaron que se retractara, pero él rehusó hacerlo. Solo dijo: «Demuéstrenme con la Biblia que estoy equivocado» . «¡Hereje! —gritó el pueblo enardecido—. ¡A las llamas! ¡A las llamas!» .

 

El 30 de mayo de 1416, Jerónimo fue llevado al mismo lugar de Constanza, donde Hus había sido quemado. Cuando las llamas envolvían sus pies, Jerónimo cantaba un himno de alabanza a Dios. Sus últimas palabras fueron: «Señor, Padre Todopoderoso, ten compasión de mí, y perdona mis pecados, porque tú sabes que siempre he amado la verdad» . ¡Qué poderoso testimonio!

Muchos de los que presenciaron la muerte de Jerónimo volvieron a sus casas decididos a estudiar la Biblia. Algunos aceptaron sus creencias, por las que más tarde también darían sus vidas.

 

La historia de este mundo registra la vida de hombres y mujeres que se dedicaron por completo a la obra de Dios. Muchos de ellos hasta el punto de dar la vida. El libro de Hebreos nos dice que muchos «murieron en el tormento, sin aceptar ser liberados, a fin de resucitar a una vida mejor. Otros sufrieron burlas y azotes, y hasta cadenas y cárceles. Y otros fueron muertos a pedradas, aserrados por la mitad o muertos a filo de espada» (Hebreos 11: 35-37).

 

Y tú, si fuera necesario, ¿estarías dispuesto a sufrir por Jesús? Que tu lealtad a él sea tan inquebrantable como la de Hus y el Jerónimo.

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