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Bajo la dirección de Ben-Hadad, rey de Siria, treinta y dos reyes aliados se habían enfrentado al ejército de Israel. Aunque esta era una batalla desigual, de un pueblo contra treinta y tres enemigos, Dios dio la victoria a los israelitas. Entonces los oficiales del rey de Siria dijeron a Ben-Hadad: «Los dioses de los israelitas son dioses de las montañas; por eso nos han vencido. Pero si luchamos contra ellos en la llanura, con toda seguridad los venceremos» (1 Reyes 20: 23).
Los pueblos antiguos pensaban que los dioses se limitaban a un lugar geográfico determinado. La Biblia menciona dioses como Baal-Peor, cuyo nombre no significa que fuera el peor de los baales, sino que era el Baal que se adoraba en la región de Peor (Números 23: 28). Por lo tanto, los oficiales de Ben-Hadad llegaron a pensar que el Dios de los Israelitas no podía descender a los valles, pues habitaba en las montañas.
Tal vez hoy el enemigo te susurre al oído: «Tu Dios no puede salvarte, porque has descendido al "más oscuro de los valles"» . Pero la respuesta de Dios al rey de Israel es igualmente válida para ti: «Puesto que los sirios han dicho que yo soy un dios de las montañas y no un dios de los valles, voy a entregar en tus manos a toda esta gran multitud. Así sabrás que yo soy el Señor» (1 Reyes 20: 28).
Sin embargo, los sirios desconocían que nuestro Dios siempre está dispuesto a atravesar «el más oscuro de los valles» por sus hijos, y ciertamente lo hará por ti. Sirios e israelitas volvieron a encontrarse en el campo de batalla y, aunque esta vez no sería en las montañas, sino en el valle, el resultado de su enfrentamiento fue el mismo: Dios peleó por su pueblo y derrotó a los sirios.
¿Te sientes abatido? ¿Sientes que has caído al «más oscuro de los valles» ? Dios está a tu lado y ciertamente peleará por ti. Nuestro Dios no deja a sus hijos en la derrota, pues «está cerca, para salvar a los que tienen el corazón hecho pedazos y han perdido la esperanza» (Salmo 34: 18).