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LA GRANDEZA DE LA HUMILDAD

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«El honrar al Señor instruye en la sabiduría; para recibir honores, primero hay que ser humilde» (Proverbios 15: 33).

En cierta ocasión, el célebre pianista Arthur Rubinstein daba un concierto para un grupo de músicos. Cuando comenzaron a aplaudirlo, exclamó:

 

Les ruego que no aplaudan. Sus aplausos desvían mis pensamientos de la música hacia mí mismo, y entonces no puedo tocar.

 

Los jóvenes piensan mucho en sí mismos. Sienten satisfacción cuando reciben elogios de otras personas. También les agrada ser el centro de atención de los demás. Estas actitudes son normales para su edad y contribuyen a reforzar o mejorar el concepto que tienen de sí mismos. Pero deben estar atentos para que esas muestras de aprecio y reconocimiento de sus habilidades o realizaciones no hagan surgir en ellos el egoísmo ni sentimientos de superioridad. Deben mantener siempre como modelo de sus vidas al humilde Maestro de Nazaret. Cuando se le preguntó a San Agustín cuál es el rasgo más importante de la religión, contestó:

—La humildad.

—¿Y cuál es el segundo? —se le preguntó.

La humildad —contestó otra vez.

¿Y cuál es el tercero?

—La humildad —dijo nuevamente Agustín.

 

Mientras que para muchos la grandeza consiste en llamar la atención hacia nosotros mismos, nuestros talentos o personalidad carismática, Jesús apunta en otra dirección. Jesús «aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales» (Filipenses 2: 6-8, NTV). Como resultado, «Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres» (vers. 9, NTV). Por tanto, ¿quieres ser grande delante de Dios? Comienza a transitar por el camino de la humildad. Sigue el ejemplo de Jesús que fue «paciente y de corazón humilde» (Mateo 11: 29) y lograrás la verdadera grandeza. A jóvenes como tú, la Escritura aconseja: «Humíllense delante del Señor, y él los enaltecerá» (Santiago 4: 10).

 

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