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Si fomentamos la amargura, esta crecerá. Si nos centramos en las faltas de aquellos que nos han ofendido, nuestra perspectiva se distorsionará. Cuanto más pensemos en eso, más crecerá hasta convertirse en una obsesión en nuestras vidas. Muchos han limitado su utilidad por haber cultivado una raíz de amargura.
Cuando David huía de su hijo Absalón, le salió al encuentro un familiar de Saúl llamado Simei, «tirando piedras contra David y contra todos sus oficiales [, maldecía diciendo: "¡Largo de aquí, malvado asesino!"» (2 Samuel 16: 6, 7). En su corazón, Simei había albergado resentimiento por la muerte de Saúl y Jonatán, a pesar de que David no fue el responsable de sus muertes. La amargura nos destruye, entonces ¿cómo podemos vencerla?
Luis XII de Francia tenía muchos enemigos que se oponían a su coronación. Cuando ascendió al trono, temieron por sus vidas. Oyeron que el monarca poseía una lista con una cruz negra junto al nombre de los traidores, así que huyeron de la ciudad. Imagina su sorpresa cuando el joven rey los hizo llamar para decirles que la cruz negra significaba que los había perdonado. El rey afirmó que la cruz era para recordarle la cruz del Calvario, donde Jesús perdonó a sus enemigos, y que él quería seguir el ejemplo de su Maestro. El joven soberano comprendió su deber hacia el Rey de reyes, que en la cruz del Calvario logró que todos los que se habían rebelado contra el Cielo sean perdonados y vuelvan al reino de su Padre.
Jesús soportó los insultos y el sufrimiento sin murmurar ni quejarse. Cuando comprendamos el profundo y verdadero significado que el Calvario tiene para nosotros, nuestras pequeñas dificultades perderán su importancia. Pidamos a Dios que perdone a los que nos han ofendido. Esta oración hecha con sinceridad transformará nuestra actitud. No podemos orar por un enemigo y al mismo tiempo guardarle rencor, pues esas dos actitudes se excluyen mutuamente.
A jóvenes como tú, el apóstol aconseja: «Alejen de ustedes la amargura, las pasiones, los enojos, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo» (Efesios 4: 31-32). ¿Lo harás?