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¿Te imaginas vivir en una ciudad sin luz eléctrica? ¿Cómo harías para estudiar, trabajar o divertirte en la oscuridad? ¿Qué pasaría si tuvieras que salir a la calle con un farol en la mano para no tropezar con nada? Eso era lo que hacían las personas hace muchos años, antes de que se descubriera la electricidad. Había un hombre llamado el farolero, que se encargaba de encender las lámparas de gas que iluminaban las calles al anochecer y de apagarlas al amanecer. Su trabajo era muy importante, porque gracias a él la gente podía ver el camino y sentirse más segura.
Pero hoy en día ya no necesitamos al farolero, porque tenemos luz eléctrica en todas partes. Sin embargo, hay otro tipo de oscuridad que todavía existe en el mundo: la oscuridad del pecado, del sufrimiento y de la indiferencia. Hay muchas personas que viven sin conocer el amor de Dios, que están tristes, solas o confundidas, que no tienen esperanza ni propósito en la vida. ¿Qué podemos hacer nosotros por ellas?
Jesús nos dice que somos la luz de este mundo (Mateo 5: 14). Eso significa que tenemos una misión muy especial: reflejar el brillo de su gracia y su verdad en medio de las tinieblas. ¿Cómo hacernos eso? Haciendo el bien a los demás. Así estaremos encendiendo una lámpara que consolará y ayudará a alguien que vive en tinieblas y dificultades. Si somos fieles y honrados, alumbraremos el camino de otros que pueden estar sufriendo porque no saben adónde ir.
Tú eres un farolero de Dios. No apagues tu lámpara con el pecado o la tibieza, sino que aviva el fuego del Espíritu Santo en tu corazón. Deja que tu luz brille delante de los hombres, para que vean tus buenas obras y glorifiquen a tu Padre que está en los cielos (Mateo 5: 16). Así serás sal y luz para este mundo necesitado de Dios.
¿Estás dispuesto a aceptar este reto? ¿Estás dispuesto a ser una luz viviente para Dios? Si es así, te animo a orar ahora mismo y pedirle a Dios que te ayude a cumplir tu misión.