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A veces, nuestras mascotas se convierten en nuestros mejores amigos, ya que nos expresan amor en todo momento, estemos contentos, malhumorados o tristes. Pronto aprenden a reconocer cómo nos sentimos y responden en consecuencia. Pero ninguno de los animales que he tenido me ha hablado. Eso sería realmente raro.
Así que puedes imaginarte lo sorprendido que se quedó Balaam cuando su burra se detuvo y empezó a hablar. La historia se relata en Números 22: 23-30. El pueblo de Moab tenía miedo de los hijos de Israel, que vivían cerca de ellos. Su rey, Balac, mandó llamar a Balaam y le dijo: «Maldice a este pueblo, para que pueda derrotarlo en la batalla».
Balaam partió hacia Moab montado en su burra favorita. Cuando se acercaban a Moab, la burra se desvió del camino y se metió en un campo. Esto quizá no fue demasiado inusual, pues se sabe que los burros, a veces, son testarudos. Balaam golpeó a la burra por desobedecer y finalmente consiguió que volviera al camino. Pero la burra giró de nuevo y chocó con un muro, aplastando el pie de Balaam. Ahora sí que Balaam estaba enfadado, así que volvió a golpear a la burra y la puso de nuevo en el camino. Pocos minutos después, la burra cayó debajo de Balaam. ¡Vaya! Balaam volvió a golpearla.
Entonces, la burra volvió la cabeza y comenzó a hablar. Aquello debió de asustar a Balaam, pero no tanto como cuando Dios le abrió los ojos y vio un ángel resplandeciente y brillante que les estaba bloqueando el camino. El ángel le explicó que la burra le había salvado la vida. Si la burra no se hubiera apartado, el ángel le habría hecho daño a Balaam. Entonces Balaam, arrepentido, bendijo a los israelitas en vez de maldecirlos.
Dios utilizará cualquier medio para llamar nuestra atención. No quiere que ninguno de nosotros se pierda la oportunidad de vivir eternamente con él.