|
A Melisa le gustaban los sapos, es decir, unas ranas que no suelen vivir en el agua, sino en la tierra, y por ello su piel es más seca. Hay muchos tipos de sapos y tienes mucha suerte si viven cerca de tu casa, porque cazan insectos.
Viviera donde viviera, Melisa pronto se hacía amiga de los sapos que vivían allí. Conoció a un sapo que saltaba todas las noches a las 9:00 para sentarse junto a una maceta bajo la luz del porche. A veces, Melisa lo agarraba y le acariciaba la barriga, pero normalmente lo dejaba tranquilo para que cazara bichos y croara. Durante el día dormía a la sombra de las flores de su maceta favorita y, a veces, en los días más calurosos, Melisa lo refrescaba con agua.
En otoño, el sapo se metía en la tierra de la maceta. En verano, salía durante el día y volvía a su cueva por la noche, con la espalda por delante. Cuando llegaba el invierno, se quedaba bajo tierra durante meses, durmiendo en su acogedora madriguera, probablemente soñando con mosquitos. Y en primavera, volvía a sentarse en el patio junto a su maceta, hinchando la garganta y croando su canción durante toda la noche. Así sucedió durante años (un sapo puede vivir hasta 15 años). Nunca buscó un estanque o una maceta mejor. Parecía perfectamente contento con el lugar donde estaba.
Esa era una buena forma de vivir, ¿no crees? La aventura es divertida, pero el amigo sapo de Melisa parecía saber que es más fácil ser feliz si disfrutamos de lo que tenemos en lugar de desear siempre más.
No importa lo que tengas, recuerda que quien tiene a Jesús como amigo siempre tiene algo por lo que estar feliz y agradecido.
Julie.