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Mi perra Nala pertenece a la raza crestado rodesiano. Es una perra muy lista, pero cuando era bebé hacía muchos desastres, como todos los cachorros. Lo que más le gustaba era morder mis zapatos, pero también le encantaba cavar agujeros en el patio trasero. Si la dejaba fuera sola más de dos minutos, se ponía a cavar. Una vez la dejé fuera todo el día y cuando volví, había hecho 27 agujeritos por todo el patio.
La tercera cosa que le encantaba hacer era morder libros. ¿No es una locura? Es una perra, no sabe leer; pero a Nala le encantaba encontrar libros y masticarlos. Sin embargo, yo no lo supe hasta un desdichado día en el que me fui a pasar la tarde fuera. No quería que mordisqueara mis zapatos ni que hiciera agujeros en el patio, así que la dejé en la habitación de invitados. Antes de dejarla allí, revisé la habitación. No parecía haber nada que pudiera meter a la perrita en problemas.
Cuando llegué a casa, fui a la habitación de invitados, abrí la puerta y me quedé de piedra. Por toda la habitación había páginas de mi Biblia de cuero. La cachorrita Nala estaba en medio de todo, mordisqueando el cuero y arrancando páginas poco a poco con sus patitas.
Me enfadé muchísimo. Pero más tarde, mientras limpiaba el desastre, me puse a pensar. En cierto modo, Nala había hecho mejor uso de mi Biblia que yo, pues yo la había dejado en un estante de la habitación de invitados. Casi nunca la sacaba para leerla y aprender de ella. No la utilizaba para difundir el mensaje de amor que Jesús relata en sus páginas.
Nala, en cambio, la masticó y la devoró. Y puede parecer gracioso, ¡pero estaba difundiendo sus buenas noticias por todas partes! Aquel día aprendí una lección especial de Nala. Lo que hizo me recordó que no debo descuidar mi Biblia y las importantes lecciones que puedo aprender de sus páginas.
Joelle.