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Cuando Gretchen era pequeña, ella y su hermana tenían un hámster llamado Hammy. No hacía muchas cosas. No hacía trucos ni nada emocionante por el estilo. De hecho, se pasaba la mayor parte del tiempo durmiendo en un calcetín viejo enrollado. A veces, veían una de sus patitas rosas asomando por el calcetín y otras veces le veían la nariz bigotuda o la cola rechoncha. Era divertido ver a Hammy comer semillas de girasol. Abría las cáscaras con cuidado con sus manitas ágiles y, después de comer, se lavaba la cara con cuidado, como los conejos. Estas niñas querían mucho a Hammy.
Un día, sin embargo, el calcetín estaba vacío. Hammy se había escapado, y Gretchen y Heidi se asustaron y empezaron a buscarlo. Miraron debajo de las camas, en todos los zapatos, en los cestos de la ropa sucia y en las cajas de los juguetes. Miraron en los armarios, en las alacenas y en las macetas, pero no lo encontraron. Llegó la hora de cenar, y siguieron buscando. Pronto llegó la hora de acostarse, pero no se dieron por vencidas. Entonces oyeron un leve arañazo procedente del interior del sofá. Al poner el sofá de lado, Gretchen y Heidi descubrieron un agujero en el forro. Allí estaba Hammy haciendo un nido.
Hammy no era una mascota cara ni fuera de lo común. No era más que un pequeño hámster. Pero ese día fue el hámster más valioso del mundo, porque Gretchen y Heidi lo querían mucho. La Biblia nos dice que Jesús siente lo mismo por ti y por mí. Nos ama tanto que nunca nos abandonará. Nunca estarás tan lejos como para que Jesús no pueda encontrarte. ¡Él te quiere mucho!
Vicki.