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Tarjeta roja

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«Tengan cuidado de no perder el fruto de su trabajo, a fin de que reciban el galardón completo». 2 Juan 1: 8, RVC

Cada cuatro años, la Copa Mundial de Fútbol es uno de los eventos más vistos del planeta. Se estima que más de mil quinientos millones de personas sintonizaron el mundial de Catar en 2022. Una de las finales más emocionantes de la copa mundial fue el partido entre Francia e Italia en 2006. Más de setecientos millones de espectadores presenciaron cómo el partido permaneció empatado desde los primeros minutos hasta el final, lo que condujo a una prórroga.

Fue entonces, cuando apenas restaban diez minutos para concluir la prórroga, que ocurrió algo extraordinario. Zinedine Zidane, el destacado jugador francés que cuatro años atrás había llevado a su país hacia la victoria, se aproximó al defensa italiano Marco Materazzi y le propinó un fuerte cabezazo en el pecho.

Materazzi cayó al suelo, el árbitro mostró la tarjeta roja y Zidane tuvo que abandonar el partido. Este incidente puso fin a su carrera como jugador profesional. Los entendidos en materia de fútbol suelen hablar del rico legado y los numerosos triunfos de Zidane. Pero el resto de nosotros, si es que reconocemos su nombre, solo recordamos el cabezazo.

Un momento de indisciplina privó a Francia de su mejor jugador durante los momentos más cruciales del partido. La salida de Zidane fue triste, patética y tal vez fue el factor clave para que Francia perdiera la victoria en el mundial. Italia ganó en la tanda de penales 5-3.

La tarjeta roja de Zidane nos recuerda que todas las acciones tienen consecuencias, ya sea que se lleven a cabo ante setecientos millones de personas, en la escuela o en el lugar de trabajo, o en la intimidad de nuestro hogar. Adán y Eva comieron del fruto prohibido, recibieron una tarjeta roja y fueron expulsados del Edén (ver Génesis 3). Moisés perdió el control frente a la roca y Dios le prohibió la entrada a Canaán (Números 20: 1-13). Siglos más tarde, Judas Iscariote traicionó a Jesús por treinta monedas y ello le costó la salvación y la vida.

Un momento de indisciplina, una mala decisión puede hacernos perder aquello lo que nos hemos esforzado tanto. Por eso hemos de colocar cada momento de nuestras vidas, cada decisión, cada pensamiento, sentimiento y emoción en las manos de Jesús. Solo así aseguraremos el mejor resultado aquí en esta vida y en la eternidad.

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