|
El Salmo 23 es uno de los pasajes más conocidos de toda la Biblia. Estoy seguro de que muchos de mis lectores pueden recitarlo de memoria. alguna vez te has imaginado cómo luciría este Salmo si excluimos al Pastor? El escritor Paul Miller se tomó la molestia y este es el resultado:
Mi [...], me faltará.
Me [...], me.
Mi alma [...], me.
Cuando pase por el valle de sombra de muerte, temeré [...], me.
En presencia de mis enemigos [...], mi cabeza [...], mi copa.
Todos los días de mi vida, [...] por largos días.
Olvidarnos del Pastor nos conduce a una absurda obsesión con el yo, resalta nuestras carencias y nos deja a expensas del miedo. En palabras de Paul Miller, «quedamos obsesionados con nuestras necesidades mientras cruzamos el valle de sombra de muerte, quedamos paralizados de miedo ante la presencia de nuestros enemigos».* Quizás gran parte del cinismo que caracteriza a nuestro mundo se deba al hecho de que, aunque hemos memorizado el Salmo del pastor, nos hemos olvidado del Pastor del Salmo.
David, por el contrario, nos invita a incluir a Dios en cada aspecto de nuestras vidas. Tener a Dios como pastor implica que «nada me faltará». En un mundo posmoderno de gratificación instantánea, es posible que la provisión divina no siempre se corresponda con lo que pensamos que necesitamos o el momento en que lo necesitamos, sino con lo que el Pastor considera necesario para sustentar nuestra vida con su abundancia. Tener a Dios como pastor conduce a una vida donde abundan tanto las provisiones físicas como el pasto y el agua, como las espirituales como la justicia, el bien y la misericordia.
El Salmo 23 es el salmo más famoso porque se adapta a todas las circunstancias de tu vida; porque contiene valiosas promesas para ti, no importa dónde estés en estos momentos. Pero lo más importante de este famoso salmo no son sus promesas, sino el que promete. El Pastor que luego nos recibe con un banquete en su casa promete estar contigo siempre. ¿Aceptarás la dirección y el cuidado del Pastor del Salmo?