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Manuscritos imperfectos

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«Todos nosotros somos como un hombre impuro; todas nuestras buenas obras son como un trapo sucio; todos hemos caído como hojas marchitas, y nuestros crímenes nos arrastran como el viento». Isaías 64: 6

Jorge, perdona que no te entregué el manuscrito a tiempo, pero tenía mucho que corregirle. Aquí te va». Cada mes recibo varios correos como este de personas a las que les pido que escriban para alguna de las revistas que dirijo. Lamentablemente, la gran mayoría de los escritores cree que deben presentar un manuscrito «perfecto» para que pueda ser publicado. Por otro lado, hay personas que, al entregar sus manuscritos, añaden una nota que dice: «Aquí está lo solicitado, tienes mi permiso para modificar lo que gustes».

Un grupo se retrasa y no cumple con los plazos, tratando de perfeccionar el texto, mientras que el otro grupo está tan seguro del trabajo que ha realizado que cree que no hay nada más que corregir. ¡Y ambos están equivocados! La realidad es que, si los manuscritos llegaran a mis manos en estado de perfección, yo me quedaría sin trabajo; pues la función principal de un editor es corregir la ortografía, gramática, sintaxis y coherencia de un texto. Y no importa cuán bien escribas, siempre se puede mejorar un poco más.

Al meditar en mi vida, me doy cuenta de que suelo acercarme a Dios con la misma mentalidad con la que muchos escritores abordan el proceso de escritura y edición. A menudo suponemos que necesitamos corregir todos nuestros errores antes de entregar nuestras vidas al Señor. Otros somos tan ingenuos que creemos que tenemos que darle permiso a Dios para «corregir lo necesario» en nuestro carácter. La realidad del asunto es que, si yo pudiera «editar» mi vida y «corregir lo necesario», ¡Dios se quedaría sin trabajo! En El camino a Cristo, Elena G. de White resume la idea con las siguientes palabras: «No puedes expiar tus pecados pasados, no puedes cambiar tu corazón y hacerte santo. Pero Dios promete hacer todo esto por ti mediante Cristo» (pp. 77-78).

Todos somos manuscritos imperfectos en las manos del Editor divino. Nuestras buenas obras son trapos sucios delante de él (Isaías 64: 6), pero su poder produce en nosotros tanto «los buenos deseos» como la capacidad de «llevarlos a cabo» (Filipenses 2: 13). No lo dudes más, deja que el Señor edite tu vida.

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