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Un nuevo tipo de perfección

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«Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto». Mateo 5:48

En su sermón más importante, el Sermón del Monte, Jesús fue tajante y claro: debemos ser perfectos como Dios en el cielo es perfecto. Desde entonces, más de un cristiano se ha dedicado a la tarea de alcanzar la perfección.

Durante años yo fui uno de esos cristianos, pero esa orden a la vez me inquietaba. Me parecía una meta inalcanzable y cada vez que fallaba en algo, me sentía más lejos de lograr la perfección. Pero nuestra forma de entender las palabras de Jesús se torna diferente si miramos detenidamente el Sermón del Monte. Al hacerlo, notaremos que la orden de Jesús está enmarcada en el amor al prójimo. Amar incluso a mis enemigos y orar por los que me persiguen, nos convierte en hijos del Padre, que «hace que su sol salga sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mateo 5: 45).

El problema que muchos enfrentamos es que tenemos un concepto bastante limitado y parcial de la «perfección». Estamos tan preocupados con la lucha por vencer el pecado, que equiparamos automáticamente «perfección» con «impecabilidad». Tal punto de vista es completamente inapropiado. «Impecabilidad» designa meramente una ausencia. Le falta contenido positivo.

Cuando consideramos Mateo 5: 48 en su contexto, notamos que la perfección que Jesús tiene en mente no consiste en la ausencia total de defectos, sino en la presencia de una virtud superior, similar a la de Dios. La perfección es un estado de plenitud, de compleción, en el que reflejamos el amor de Dios, que es el único santo y perfecto (completo).

¿Y cómo podemos reflejar la plenitud del amor de Dios? Siendo como él. Dios mismo se describe como «misericordioso y piadoso; tardo para la ira y grande en misericordia y verdad» (Éxodo 34: 6, RV95). Por eso no me sorprende que Lucas registre las mismas palabras de Jesús en el Sermón del Monte de la siguiente manera: «Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo» (Lucas 6: 36).

La perfección que Dios espera de nosotros no es una tarea imposible ni una orden destinada a conducirnos a vivir vidas amargas y obsesionadas con la impecabilidad. Más bien, es un desafío a ser cada vez más como Jesús, cultivando la misericordia y la compasión en nuestro ser. Que tu meta en este día sea mostrar a otros la misericordia de Dios, pues en eso consiste la perfección.

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