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Durante la Guerra Civil Norteamericana, un joven soldado perdió a su hermano mayor y a su padre en la Batalla de Gettysburg. Impulsado por el deseo de apoyar a su madre y a su hermana en la granja familiar durante la siembra de primavera, decidió viajar a la capital del país para solicitar la baja del servicio militar al presidente Lincoln.
Una vez en Washington, se dirigió a la Casa Blanca. Cuando llegó a la reja principal solicitó ver al presidente. El guardia de turno le dijo: «Eso no es posible. ¡El presidente está ocupado! No pierda su tiempo y regrese al campo de batalla». El joven soldado se marchó desilusionado y se sentó en la banca de un parque, no lejos de allí. De repente, un niño se le acercó y le dijo: «¿Qué te pasa, soldado? ¿Por qué estás tan triste?». El soldado miró al pequeño y le contó su historia.
Después de escuchar el relato, el pequeño le dijo: «Yo puedo ayudarte». Lo tomó de la mano y lo llevó de regreso a la reja de la Casa Blanca. Aparentemente, el guardia no los vio, porque no los detuvo. Atravesaron el jardín, llegaron a la puerta principal de la Casa Blanca y entraron. Allí pasaron frente a generales y oficiales de alto rango que los vieron, pero no dijeron nada. Finalmente, llegaron al despacho oval. El pequeño ni siquiera tocó la puerta, sino que entró directamente, llevando de la mano al soldado. Detrás del escritorio estaba Abraham Lincoln. El presidente miró al soldado y después al pequeño con una sonrisa, y dijo: -Buenas tardes, Tad. ¿Me puedes presentar a tu amigo? Entonces Tad Lincoln, el hijo del presidente, dijo:
-Papá, este soldado necesita hablar contigo.
El soldado le presentó su caso al presidente y en ese momento recibió la baja que tanto necesitaba para poder ayudar a su familia.*
Al igual que el soldado de este relato, tú y yo tenemos acceso directo a la presencia del rey del universo mediante Jesús, el Hijo de Dios. No importa cuál sea tu petición o tu problema en este día, acércate a Jesús, él te dirá: «Yo puedo ayudarte» y te guiará ante el Padre.