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La cocina es uno de mis pasatiempos favoritos, así que dedico unas cuantas horas cada semana a aprender nuevas recetas, conocer nuevos métodos y utensilios y también a estudiar ingredientes desconocidos. En una oportunidad, mientras leía, me topé con una sal especial, que se disuelve más lentamente, por lo que da más sabor a la comida. Se le conoce como fleur de sel o «flor de sal».
La flor de sal es sumamente antigua. Ya en el siglo primero de nuestra era, el historiador romano Plinio el viejo la menciona en su libro Historia natural. Esta sal se «cultiva» en salinas, donde el agua del mar se evapora. La flor de sal se forma en la superficie en cristales delicados y de forma irregular, los cuales deben ser recolectados manualmente. Solo es posible cultivar la flor de sal en días soleados, secos y con vientos lentos y constantes. Si no se realiza la recolección a tiempo, la sal se hunde y pierde sus cualidades distintivas.
Dadas las estrictas condiciones que deben darse para cultivar esta sal, su producción es muy limitada. Una salina promedio en Francia produce aproximadamente un kilogramo de fleur de sel por día. Esto la convierte en la sal más cara del mundo. Un kilo cuesta aproximadamente cuarenta dólares.
En el Sermón del Monte, Jesús nos llama a ser la sal de este mundo; es decir, a darle sabor y sentido a la vida de los demás mediante nuestro testimonio, nuestro amor y nuestras obras. Pero ser «la sal de la tierra» se asemeja más al proceso de cultivo de la fleur de sel que a la sal de mesa barata: es un proceso, es algo que cultivamos. Para aportar amor y sabor al mundo hemos de cultivar nuestra relación con Dios. Y eso requiere circunstancias concretas e intencionalidad de nuestra parte.
La relación con Dios florece mediante la oración, el estudio de la Biblia, el ayuno, la testificación, el reposo sabático, la meditación, la práctica de la mayordomía Y la adoración. Por el contrario, las circunstancias adversas nos hacen perder nuestro sabor, nuestra identidad cristiana.
No te conformes con ser sal común; aspira a ser la sal más cara y sabrosa del mundo. Sé una sal que da vida, que conserva, que sazona y que marca la diferencia.