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¿Sin intermediario?

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«Así que somos embajadores de Cristo, lo cual es como si Dios mismo les rogara a ustedes por medio de nosotros». 2 Corintios 5:20

El 16 de junio de 2015, el magnate estadounidense de los bienes raíces Donald Trump descendió por las escaleras eléctricas doradas de la torre Trump, en Nueva York, y anunció al mundo sus intenciones de convertirse en el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos. En enero de 2016, diez meses antes de que Trump ganara las elecciones, la revista Time declaró: «Como Trump ganó, ahora solo necesita los votos». En dicha revista, David Von Drehle señala que una de las estrategias del candidato consistió en la «desintermediación»; es decir, «deshacerse del intermediario».

Trump no filtraba sus opiniones o comentarios a través de los intermediarios tradicionales, como los periodistas o su equipo de campaña. Se dirigía a las masas mediante Twitter (ahora «X»). Ya sea que te haya gustado o no, debemos reconocer que le funcionó.

El caso de Trump es uno más en un largo proceso de «desintermediación» en el que nuestro mundo parece estar inmerso. Hace más de quince años que dejé de usar una agencia de viajes para comprar mis boletos de avión, ahora voy directo con la aerolínea. Ya no suelo ir a cuatro o cinco tiendas para comprar lo que necesito, lo pido todo por Amazon. Ya no es necesario ir a un club de video a rentar películas, puedes acceder directamente a Netflix o Disney+ y escoger el contenido que deseas ver.

Pero a pesar de la tendencia a la desintermediación, siempre será necesario un humano al volante de un vehículo, o para dar reanimación cardio pulmonar. ¿Y para llevar a una persona a Cristo? ¿Todavía se necesita de tu testimonio y participación personal? ¿O ya le puedes encargar esa tarea a una máquina, o dejar que la gente «vaya directo» a Dios»?

En 2 Corintios 5: 20 Pablo señala que tú y yo somos insustituibles en nuestra misión de ser embajadores de Cristo. Nadie puede ocupar tu lugar como «intermediario» para que otros conozcan del amor de Cristo. La Reforma Protestante redescubrió el concepto bíblico de que todos los creyentes somos sacerdotes. En un mundo en el que cada vez más se necesitan menos intermediarios, el evangelio nos recuerda que todos tenemos la responsabilidad de facilitar la salvación de aquellos que se encuentran lejos de Dios.

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