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Jugando por el librito

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«¿Cómo podrá el joven llevar una vida limpia? ¡Viviendo de acuerdo con tu palabra!». Salmos 119:9

Caminaba impaciente por el lateral de la cancha mientras sus ojos seguían la bola. Faltaban 47 segundos y perdían por un punto cuando el equipo contrario robó el balón y encestó un tiro de tres, aumentando así la ventaja a cuatro puntos. Disgustado, el entrenador pidió un tiempo muerto.

«Necesitamos cinco puntos para ganar y tenemos solo 43 segundos para lograrlo -dijo-. Lewis, intenta sacar una falta, eso detendrá el reloj por unos instantes y nos dará dos tiros libres. Si el jugador número 27 toma el balón, denle una falta, es el peor tirador libre de ellos. ¡A ganar! El equipo jugó según las instrucciones y ganaron. ¿Por qué? Porque el entrenador conocía las reglas del baloncesto y sabía cuáles seguir y cuáles romper para sacar la mayor ventaja posible de la situación.

Según la NBA, el baloncesto tiene solo doce reglas, pero cada una puede tener hasta 18 secciones y cada sección hasta 17 subdivisiones. Aparte, hay guías específicas para otras 16 circunstancias especiales. Algunos, como Jerry Krause, ex-gerente de los Chicago Bulls, se han dado a la ardua tarea de memorizar en detalle e interpretar cada una de estas reglas. Con razón lo llaman la Biblia del baloncesto.

Para muchos de nosotros la Biblia es simplemente eso: «las reglas del juego». Un libro que hemos de memorizar para saber qué reglas debemos seguir y cuáles podemos romper, o doblar un poco, para sacar la mayor ventaja posible de Dios y de la vida. Los fariseos del tiempo de Jesús eran expertos en ese deporte. Eran hábiles diezmando el anís, la menta y el comino (Mateo 23: 23), sabían qué clase de juramento era obligatorio y cuál no (Mateo 23: 16) y qué había que hacer para no ayudar financieramente a los padres cuando estos estaban en la vejez (Marcos 7:11).

Para Jesús, la Biblia es más que un libro de reglas, es un cofre que contiene un valioso tesoro. Mira lo que dice a los fariseos de su tiempo, y también a los de hoy: «Ustedes estudian las Escrituras a fondo porque piensan que ellas les dan vida eterna. ¡Pero las Escrituras me señalan a mí!» (Juan 5: 39). La vida eterna no consiste en memorizar reglas y pasajes de las Escrituras, sino en encontrar en ellas a Cristo Jesús.

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