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Me emociona leer que Jesús, justo antes de salir hacia el huerto de Getsemaní donde sería arrestado, estuvo cantando himnos con sus amigos. Aunque la palabra aparece en singular (cf. Mar. 14: 26), el llamado «himno» se refiere en realidad a un conjunto de cantos de alabanza (Sal. 113 - 118) que los judíos llamaban «el gran hallel» y que solía entonarse tras la cena de la Pascua.
El canto formaba parte del día a día de Jesús y desempeñaba un papel importante en la vida espiritual de su pueblo. Las Sagradas Escrituras recogen 150 de esos himnos en el libro de los Salmos. Los servicios del templo todavía contaban con un coro de doscientos cantores y cantoras tras el regreso del exilio (Esd. 2: 65).
El valor terapéutico de cierto tipo de música era bien conocido ya en tiempos del joven David (1 Sam. 16: 14-23), autor de un gran número de salmos bíblicos. El reformador Martín Lutero, autor él mismo también de diversos himnos, nos ha dejado un hermoso testimonio sobre el bien espiritual que puede hacer el canto de melodías inspiradoras: «Hay días en que no puedo más, entonces oro. Y hay días en que no puedo ni orar, entonces canto».
No es de extrañar que a Jesús le gustase cantar. «Con su canto daba la bienvenida a la luz del día. Con himnos de acción de gracias amenizaba las horas de labor, y llevaba la alegría del cielo a los rendidos por el trabajo y a los descorazonados». Porque «el canto es un arma que siempre podemos esgrimir contra el desaliento. Abriendo así nuestro corazón a los rayos de luz de la presencia de El Salvador, encontraremos salud y recibiremos su bendición» (E. G. White, El ministerio de curación, págs. 34 y 196).
El apóstol Pablo, sin duda, siguiendo el ejemplo del Maestro, también invitaba a los creyentes a» cantar con gracia en vuestros corazones al Señor, con salmos, himnos y cánticos espirituales» (Col. 3: 16). Eso motivaba a las jóvenes comunidades cristianas a seguir entonando las melodías religiosas de Israel (psalmoi), a componer himnos dedicados a Cristo para ser cantados por la comunidad (hymnoi) y a fomentar la creación de nuevas composiciones musicales de inspiración más personal (odas).
Como yo tengo poca voz, aunque me gusta cantar, prefiero tararear apenas mientras escucho cantar a otros. Sus melodías me hacen un enorme bien.
Gracias, Señor, por todas las bendiciones que me aportas con los cantos.
EN MI DÍA A DÍA