Regresar

Mirando con amor

Play/Pause Stop
«Entonces Jesús, mirándolo, lo amó y le dijo: Una cosa te falta: anda, [...] ven, sígueme» (Mar. 10: 21).

Cuando JC llegó a nuestro seminario era un joven veinteañero que acababa de ganar un concurso de «Mister» en un país europeo que, por discreción, prefiero no identificar. Era bastante insólito recibir en nuestros medios a alguien procedente de un ambiente tan alejado de los habituales en nuestras iglesias. Las cualidades que lo habían hecho ganar saltaban a la vista. JC era un espléndido joven sano, de inmejorable aspecto y de muy buen trato.

No era difícil reaccionar como Jesús y sentir algún grado de admiración, atracción o aprecio por alguien al que le faltaba aún menos para seguirle que al llamado «joven rico» del evangelio, puesto que JC ya había decidido entregarse a Cristo. Bien acogido desde el principio, este nuevo estudiante pronto se convirtió en un excelente pastor, y con el tiempo llegó a presidir la Unión de Iglesias Adventistas de su país.

La mirada de Jesús, movida por el amor, es decir, por el deseo de hacer bien, iba al fondo de los corazones. Marcos la describe en una frase que significa que lo miró con cariño, con afecto. La fuerza de su aprecio se reflejaba en su mirada. Jesús es el modelo que debemos seguir para aprender a mirar a los demás.

Es muy probable que si JC hubiese tenido otro aspecto cuando llegó a nuestro colegio, y se hubiese presentado a nosotros sucio, desaliñado, lleno de tatuajes o fumando, hubiese suscitado, al menos de momento, otra acogida.

Nuestras miradas, por mucho que intentemos disimularlo, traducen siempre más o menos nuestras emociones más profundas. Algunas, como en el caso de Jesús, de entrada, expresan simpatía y afecto; más tarde, esa mirada del Maestro se velaría de ternura y tristeza, decepcionado por la decisión del joven, la de no seguirle de momento. Jesús siguió mirándolo con amor. Sabía que quien ha recibido su mirada empática, quien se ha sentido realmente amado, no puede seguir indiferente mucho tiempo: su vida se ilumina. Quien se sabe objeto del amor de Dios, valorado y querido, ya está a un paso de empezar a ser transformado en un ser nuevo.

Querido Jesús, necesito que me des tu mirada, para que vea en cada ser humano una criatura amada por Dios, candidata a la vida eterna. Dame esa mirada acogedora, comprensiva, que no juzga ni condena de entrada, sino que rehabilita y dignifica. No va a ser fácil, pero enséñame a amar a mis semejantes «a primera vista», sin prejuicios negativos, de la misma manera en que tú amas a quienes se acercan a ti.

EN MIS RELACIONES PERSONALES

Matutina para Android