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Qué implica ser (mansos)

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«Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad» (Mat. 5: 5).

La palabra «manso» ya no es de uso frecuente. Por eso la mayoría de las traducciones de este versículo prefieren usar en su lugar la palabra (humildes) (DHH, NVI, TLA, etc.) o «apacibles» (RVR1977). Lutero explica esta declaración de Jesús en estos términos: «El mundo emplea la fuerza para poseer la tierra; Jesús nos enseña que la tierra que vale la pena es ganada por la mansedumbre». La tierra prometida es, evidentemente, la patria celestial (cf. Sal. 37: 11).

En numerosas controversias relacionadas con ideas políticas he escuchado decir que «todos queremos la paz», dando por supuesto que todos somos pacíficos o humildes, es decir, «mansos». Pero cuando observo el comportamiento frecuente de quienes sostenemos esa afirmación, la veo muy alejada de la realidad comprobable.

Si somos realmente «mansos», ¿por qué nos impacientamos si el conductor que circula delante de nosotros parece tardar demasiado en arrancar? ¿Por qué, en algunas conversaciones, en vez de escuchar los argumentos del otro, apenas si lo dejamos terminar de hablar? ¿Por qué, hasta en cosas banales, nos cuesta tanto poner la otra mejilla? ¿Por qué cuando estamos presenciando un match deportivo, aunque sea por televisión, tendemos a denigrar o insultar a los jugadores del equipo contrario? ¿Estamos seguros de desear la paz con verdadera mansedumbre?

¿Y cuándo nos enfurecemos deseando que ciertos culpables reciban ración doble del castigo decretado, o queden públicamente inhabilitados para siempre, además de recibir la multa y el castigo que se merecen?

David Bush cuenta que, al comienzo de la guerra del Vietnam, el pelotón norteamericano al que pertenecía se hallaba agazapado en un arrozal cuando, de repente, seis monjes aparecieron avanzando en fila india por el sendero que separaba a un bando de otro. Completamente serenos y tranquilos, los monjes caminaban en línea recta, sin desviarse a la derecha ni a la izquierda. «Fue muy extraño, comenta el soldado testigo, pero nadie les disparó un solo tiro, porque nada más ver a los monjes la lucha concluyó. Nadie quiso seguir combatiendo aquel día. En el bando norteamericano y en el contrario. Todos, simplemente, dejamos de disparar» (adaptado de Daniel Goleman, Inteligencia emocional, Barcelona: Kairós, 1996, pág. 178).

El poder del valiente y silencioso desfile de los monjes que dejó paralizados a los soldados en pleno campo de batalla ilustra las palabras de Jesús: un día los mansos poseerán esa tierra que, con el derramamiento de tanta sangre, algunos se empeñan en poseer.

Uno de los principios fundamentales de la vida social es que las emociones son contagiosas, incluida la mansedumbre.

Señor, enséñame a ser manso, como tú (Mat. 11: 29).

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