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El mudo habló

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«Tan pronto ellos salieron, le trajeron un mudo endemoniado. Una vez expulsado el demonio, el mudo habló (Mat. 9: 32-34).

A Jesús le traen un mudo endemoniado. Más exactamente, un hombre que está mudo y, además, según el diagnóstico de su entorno, endemoniado. Nadie debería ser definido por sus circunstancias: el mudo, el ciego, el paralítico..., pero a menudo lo somos. Jesús echa fuera al demonio y este hombre mudo se pone a hablar libremente, siendo, por fin, él mismo.

Sin caer en las derivas del dualismo religioso o del animismo, los Evangelios presentan algunas dolencias como resultado de acción de espíritus maléficos. Cuántos de ellos estaban realmente poseídos y cuantos eran víctimas de otro tipo de desarreglos físicos o psíquicos es algo que no podemos saber con los pocos datos que tenemos. Lo que sí sabemos es que cuando Jesús envía a sus discípulos a llevar paz, esperanza y sanidad a los pueblos, regresan felices de esta misión liberadora. Y Jesús, entusiasmado por sus triunfos, les anuncia, entre otros motivos de gozo, que él «veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Luc. 10: 18). Satán o el diablo es el nombre que designa en la Biblia al enemigo que ataca o perturba el frágil equilibrio de la vida espiritual y psicofísica que Dios desea para nosotros.

El alcance de perturbaciones de ese tipo escapa a nuestra comprensión, porque no sabemos hasta dónde somos responsables o víctimas de esos misteriosos ataques enemigos. Por eso Jesús no suele aventurarse por la vía perversa y peligrosa de culpabilizar al paciente, o de dar a su situación explicaciones que intenten justificar lo que, para nosotros, resulta incomprensible. Jesús se limita a practicar el amor ilimitado en un mundo injusto y sufriente, procurando curar o al menos aliviar hasta lo que no parece tener cura.

Con ello anuncia la intención divina de liberarnos definitivamente, un día, de esta situación en la que el amor que sostiene el universo no parece protegernos del mal que lo amenaza.

Si el evangelio señala a alguien exterior a nosotros como responsable, al menos en parte, de nuestro sufrimiento, es para dar testimonio de la victoria final del bien sobre todas las fuerzas destructoras que actúan contra la vida:» Tened ánimo, yo he vencido al mundo» (Juan 16: 33).

Señor, dame la sabiduría que necesito para no juzgar lo que ignoro y para procurar ser un instrumento de liberación en el complejo mundo en el que vivo.

CON JESÚS HOY

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