|
No hay día que las noticias no nos adviertan de las terribles consecuencias de la contaminación del mundo en el que vivimos. Cada día que pasa la polución de la tierra, del aire, del mar y de las reservas de agua de nuestro planeta se hace más alarmante. La absurda codicia de los más poderosos y la inconsciencia de los que acatamos sin muchos escrúpulos, el estilo de vida que nos imponen nos están envenenando irreversiblemente.
¿Es posible evitar la contaminación del mundo que nos rodea? Hay muy loables esfuerzos por consumir productos biológicos o de agricultura ecológica. La Biblia ya contenía interesantes pautas para seguir una dieta libre de muchos elementos tóxicos.
Este pasaje, contrariamente a lo que algunos suponen, no significa que para el cristiano ya no tienen ningún sentido los consejos sobre dieta dados por Dios en las Escrituras. Para resaltar la importancia de nuestra salud, Dios había advertido que consumir alimentos «impuros» nos contaminaba «hasta la noche» (Lev. 11: 24, 32, etc.), es decir, mientras durase el proceso de la digestión. Esos consejos de salud eran para toda la humanidad. Obviamente, aceptar el cristianismo o rechazarlo no cambia en absoluto la naturaleza de lo que ingerimos.
El caso es que los doctores de la ley habían sacralizado todo un sistema de normas de purificación tradicionales que aparentemente concedían más importancia a la contaminación ritual que a la contaminación moral. Jesús les recuerda que cualquier alimento, incluso los menos sanos, tras los procesos de la digestión acaba en la letrina, es decir, fuera de nuestro organismo. Terminado el ciclo digestivo en los estercoleros reciclables de los campos de aquellos tiempos, todos los alimentos acababan» purificados», es decir, convertidos en abono orgánico.
Jesús quiere dejar claro que hay una contaminación peor que la que pueden causarnos los alimentos menos recomendables, porque lo que ingiere nuestro organismo «no entra en su corazón, sino en su vientre, y sale a la letrina, que limpia todas las comidas» (Mar. 7: 19, RVR1977; cf. Luis Bonnet y Alfredo Schroeder, Comentario del Nuevo Testamento, Barcelona: Casa Bautista de Publicaciones, 1970, tomo 1, pág. 387). Los vicios y pecados enumerados por Jesús nos contaminan de modo mucho más grave, porque proceden del foco infeccioso de nuestro interior y contaminan todo lo que somos y hacemos.
Libérame de ellos, Señor.
COLABORANDO POR UN MUNDO MEJOR