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No temas, cree solamente

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«Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del alto dignatario de la sinagoga a decirle: "Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro. Oyéndolo Jesús, le respondió: No temas; cree solamente y será salva. [...] Todos lloraban y hacían lamentación por ella. Pero él dijo: "No lloréis; no está muerta, sino que duerme"» (Luc. 8: 49-52).

Una de las peores noticias que pueda recibir un padre es la de que - tu hija ha muerto- la terrible enfermedad, las costosas terapias, la larga espera, las suplicas a Dios, han acabado. Ya no le queda otra cosa a la familia que preparar el sepelio, que en aquella sociedad se procuraba llevar a cabo el día del óbito.

El vacío que deja la niña muerta lo llenan ahora el llanto de los allegados y los gritos de las plañideras. Cuando se carece de esperanza y la muerte parece un adiós definitivo, no hay palabras de consuelo.

En medio del duelo, la afirmación de Jesús de que la fallecida está dormida suscita burla. Pero él sabe que lo esencial de nuestra existencia es invisible a los ojos. Su mirada espiritual desmiente nuestra lógica y, si le escuchamos bien, descubrimos que la realidad tiene, en efecto, una dimensión más profunda que la que creíamos conocer. Lo que nuestra mente racional comprende es tan solo una parte de cuanto existe.

Jesús nos revela que la muerte no es definitiva: es solo como un profundo sueño. Dios es «un Dios de vivos, y no de muertos» (Mar. 12: 27). Alguien que «da vida a los muertos y llama a las cosas que aún no existen como si ya existieran» (Rom. 4: 17).

A la orden de Jesús («Niña, levántate»), la joven se pone de pie inmediatamente. No entiende lo ocurrido, pero se encuentra bien. Está hambrienta y se siente como después de despertar de un intenso sueño.

Cuando confiamos en Jesús y le dejamos que tome pleno control de nuestra existencia, estamos dejando que el reino de Dios irrumpa en nuestra vida.

Él nos repite: «No temas. La muerte no es un "Adiós", es un "Hasta pronto"». El futuro se ilumina y se prepara ya en el presente. La muerte del que vive con Dios no es más que un sueño. La separación de quienes más amamos no es definitiva. Mediante la fe, la eternidad prometida, de un modo inexplicable, comienza ya a hacerse realidad, aquí y ahora.

Con esperanza nos entregamos en los brazos de Dios, como el niño que se duerme, confiado, en los brazos de su madre, seguro de encontrar su sonrisa al amanecer.

Dame, Señor, esa paz, hoy y siempre,

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