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Líbranos del mal

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«Líbranos del mal» (Mat. 6: 13b).

Esta frase del Padrenuestro nos ha llegado en dos versiones, ligeramente diferentes: (Libranos del mal) RV, y libranos del maligno. El término griego poneros puede significar tanto «el mal» como «el malo, el malvado». Lo más probable es que Jesús se refiera a las dos cosas a la vez. Con Lutero y las grandes versiones inglesas, prevalece la idea de ser liberados del «mal» como más general e inclusiva. Pero no cabe duda, a la luz de la Biblia, de que el diablo es el último instigador de todo lo malo y de todos los males.

Es muy normal y humano, desear ser liberados del mal y más concretamente de sus consecuencias: problemas, enfermedad, dolor o muerte. Pero no es tan seguro que deseemos liberarnos también de sus causas: maldad, odio, vicios o malos hábitos. ¿Deseamos de veras liberarnos de nuestros pecados, ruindades, defectos y tentaciones? Porque nuestro «Líbranos» a veces quiere decir «Líbranos, pero ahora no», «Líbranos, pero no del todo», «Líbranos, pero como yo quiera».

Dios envió a su hijo para «liberar a los cautivos» (Luc. 4: 18), es decir, librarnos del mal que nos domina o nos esclaviza. Para ser liberados así necesitamos poner nuestra voluntad en manos de Dios: «Resistid al diablo y huirá de vosotros» (Sant. 4: 7).

Pablo de Tarso se preguntaba «¿Quién me librará del mal que llevo dentro, que me mata?». Y él mismo nos da la respuesta: «Gracias a Dios por Jesús» (Rom. 7: 24-25). Este es el medio previsto por Dios para librarnos definitivamente del mal. En espera de la liberación definitiva (Apoc. 21: 4), Jesús nos invita a asociarnos a su propia plegaria: «Líbranos del mal».

Mientras seguimos luchando en esta vida, todo lo que padecemos puede redundar en bendiciones para el que aprende a confiar en Dios. No hay situación por mala que sea que no pueda empeorar si dejamos de lado a aquel que desea liberarnos de todos los males. Y no hay situación por buena que sea que no pueda mejorar si contamos con la presencia divina y con su poder.

En mi experiencia he aprendido que la vida puede aportarnos muchas más satisfacciones, y mucho más sufrimiento, de lo que podíamos imaginar. Pero también he aprendido que, en todas las circunstancias de la vida, Dios puede liberarme del mal y actuar para mi bien (Rom. 8: 28) si yo lo quiero y lo busco.

Por eso me gusta orar así:

«Gracias, Señor, porque hoy no me ocurrirá nada a lo que tú y yo juntos no podamos hacer frente».

EN MIS LUCHAS

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