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Jesús resume la clave del éxito para superar nuestras tentaciones en dos actitudes que deben ir unidas: velar y orar.
«Velar» es una responsabilidad muy importante en el lenguaje militar de siempre. Los verbos griegos utilizados en el Nuevo Testamento para hablar de «velar» son gregoreo y agrhypneo, que significan literalmente estar desvelado, y mantenerse despierto, para no dejarse distraer por nada ni dejarse vencer por el sueño. En sentido figurado, 'velar' es 'estar apercibido', 'tener cuidado' y 'mantenerse alerta.
«Orar» (en griego, proseujomai) en su sentido más general expresa la acción de pedir ayuda a Dios, subrayando la necesidad expuesta, de rogar con insistencia.
La expresión «entrar en tentación» sugiere la idea de adentrarse en terreno peligroso y, por supuesto, la misma noción de «tentación» ya presupone una situación de riesgo y de caída. Vigilar nuestros pasos, y solicitar la inmediata ayuda divina son los consejos de Cristo para evitar adentrarnos en terreno minado.
A lo largo de nuestra vida vamos a tener que hacer frente a numerosas tentaciones. Esa misma noche los discípulos iban a encontrarse frente a la tentación de alejarse de Jesús y desertar de su fe, por lo menos de momento.
Nuestras tentaciones pueden ser otras. En nuestra vida espiritual, no hay enemigo pequeño. Todo lo que merece la pena ser conseguido necesita nuestra más decidida dedicación y todos nuestros esfuerzos, y aun así puede no ser suficiente. Por eso Jesús nos da dos consignas mejores: velar y orar.
Velar y orar para no caer en la tentación no va a evitar siempre que nuestro paso, el valle de sombras esté libre de dificultades, sudor e incluso lágrimas.
Muchos libros de autoayuda citan como remedio mágico para superar nuestras pruebas una de las frases de Albert Einstein, que decía: «Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad».
Por mucha verdad que contenga la reflexión de este gran sabio, la fórmula de Jesús me parece más realista: velar y orar. Porque hasta la mejor disposición de mi espíritu debe tener en cuenta la debilidad de mi carne.
Si estamos dispuestos a velar y orar, Jesús nos promete movilizar en nuestro favor una fuerza mucho más poderosa que la de nuestra voluntad: la fuerza del Espíritu, «el cual el mundo no puede recibir, porque [...] no lo conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora en vosotros y estará en vosotros» (Juan 14: 16-17).
Señor, enséñame a velar y orar, para no caer en la tentación.