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No conozco a nadie en mi entorno al que no le resulte inquietante atravesar tormentas. A mí en lo personal me fastidian bastante cuando estoy conduciendo, sobre todo de noche.
Por fortuna he viajado muy poco por mar, pero debido a mi trabajo he tenido que tomar a menudo el avión y me ha tocado atravesar numerosas borrascas.
Recuerdo estar preparándome tranquilamente para cenar, cuando todo empieza a saltar. En tono profesional y rutinario, para no asustarnos todavía más, nos llega la voz de la azafata, a veces en dos idiomas:
» Señoras y señores viajeros, el capitán García y la tripulación les informan de que estamos atravesando una zona de turbulencias. Les rogamos que se abrochen los cinturones de seguridad».
En este mundo todos pasamos alguna vez por tormentas meteorológicas que se disipan con relativa rapidez. Más difíciles de capear son las tempestades relacionales, los momentos en los que parece que estamos en el ojo del huracán y no sabemos cómo salir de allí.
También atravesaron tormentas Jesús y sus discípulos. Marcos 4: 35-41 nos cuenta una de estas ocasiones.
A mí me maravilla leer en este pasaje que Jesús, en plena tormenta, en un frágil barco zarandeado las olas, es capaz de dormir sobre su almohada. Porque en mi experiencia personal, me cuesta dormir cuando tengo problemas. Cuántas veces, en ocasiones en que las preocupaciones me impedían conciliar el sueño, he orado: «Señor, préstame tu almohada esta noche».
En esta vida es prácticamente inevitable atravesar momentos de turbulencias. Nos conviene aprender a hacerles frente con realismo, con entereza y serenidad. Para mí eso significa buscar la ayuda de Jesús. Mi experiencia personal me ha mostrado, vez tras vez, que, si quiero alcanzar la paz del alma en medio de mis tormentas, necesito paz que la presencia de Cristo aporta a mi corazón agitado.
Cuando el descanso reparador parece un acuerdo imposible entre el cuerpo, la mente y el espíritu, el mismo Jesús que fue capaz de dormir en plena tormenta sigue dispuesto a prestarnos su almohada (Mar. 4: 35-41) y a concedernos su paz.
En mi caso, eso significa seguir remando fielmente en mi barca, contra viento y marea, tener plena confianza en él y permitir que dirija mi vida. Aun cuando me parezca que duerme.