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Tras la tempestad, la calma

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«[Sus discípulos] lo despertaron y le dijeron: “¡Maestro!, ¿no tienes cuidado que perecemos?”. Él, levantándose, reprendió al viento y dijo al mar: ¡Calla, enmudece!”. Entonces cesó el viento y sobrevino una gran calma» (Mar. 4: 38-39).

Una marejada violenta azota el lago y amenaza con destrozar la frágil barca donde viajan Jesús y sus discípulos. Tras pasar toda la noche intentando capear el temporal, vencidos por el agotamiento y al borde de la desesperación, por fin acuden implorando ayuda al Maestro, que aparentemente duerme.

En este inestable mundo nos toca a menudo tripular nuestras naves entre huracanes y borrascas. Nos gustaría no tener que hacerlo. Pero las tempestades también afectan a los hijos de Dios porque, ya lo sabemos, él no hace acepción de personas (Hech. 10: 34).

Este relato contiene para mí una parábola permanente de la realidad de la vida, con sus inesperados temporales. Aquella frágil barca, sacudida y golpeada por las olas, a punto de zozobrar, es también una imagen realista de los momentos de prueba de nuestra propia existencia: problemas personales, rupturas afectivas, tragedias familiares, conflictos laborales o crisis espirituales.

En medio de ciertas tempestades no es fácil dominar el timón, sortear los escollos, y salir indemnes. ¡Qué alivio saber que Cristo está siempre a nuestro lado, aunque parezca que duerme! Está con nosotros en la tormenta, pero no para evitarla, sino para darnos fuerzas para hacerle frente y ayudarnos a superarla.

Con él estamos seguros de llegar a nuestro destino, quizá sin parte del cargamento, incluso con el mástil roto o sin velas, pero sin haber perdido el rumbo, pilotados por el Maestro hasta el fin.

Cuando las lágrimas nos inundan el alma y las desgracias nos azotan como vendavales, cuando la oscuridad nos impide ver el cielo hasta en la imaginación, cuando el agotamiento y el desánimo nos empujan a abandonar la lucha, es el momento de acudir a Cristo sin demora y entregarle el timón.

El Creador de nuestros corazones y de nuestras mentes sabe cómo darles la paz y la calma que necesitan. Solo espera nuestro consentimiento para intervenir en nuestra vida.

Señor, tú conoces mis luchas y mi incapacidad para resolverlas yo solo. Toma hoy el timón de mi barca y dame tu paz.

EN MIS LUCHAS

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