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En la cuarta vigilia de la noche

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» Ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas, porque el viento era contrario. Pero a la cuarta vigilia de la noche, Jesús fue a ellos andando sobre el mar» (Mat. 14: 24-25).

Jesús se ha quedado en tierra, orando por los suyos, a los que nunca olvida. La oración no lo aísla de la realidad. Para él la comunión con Dios, la vida espiritual, no es «ese opio del pueblo», en el que tristemente consiste la religión de muchos. Al contrario, la oración es como un trampolín que lo catapulta a la acción, con una fuerza y un poder que vienen del cielo.

Desde la orilla, al fulgor de un relámpago, Jesús vislumbra la barca de sus amigos luchando contra la tempestad. Sin perderlos de vista ni un instante, sigue, entre rayos y truenos, las peripecias de sus queridos discípulos, que luchan en medio de las tinieblas cuando tienen la misión de ser la luz del mundo.

Su deseo de ayudarles es tan fuerte que de pronto sucede algo prodigioso. La voluntad de Jesús, en el campo de acción ilimitado de su amor hacia nosotros, porque Dios reina plenamente en él, libera su cuerpo de las leyes de la gravedad y de modo prodigioso lo sostiene, lo levanta y lo hace avanzar sobre las olas, en auxilio de sus discípulos. Nuestra propia voluntad, dentro de sus límites, también puede algunas veces soslayar, gracias a la ayuda divina, la ley de la gravedad de nuestro propio ser y elevarnos y transportarnos espiritualmente.

El amor de Jesús hacia los suyos, puede más que los vientos del odio, el huracán de las pasiones, los torbellinos del egoísmo, las olas del orgullo y la falsa calma de nuestra indiferencia. Nada nos puede separar del amor de Cristo. Ni tribulación, ni angustia, ni peligro alguno (Rom. 8: 35, 37-39).

Los discípulos no pueden apenas creer lo que ven sus ojos: Jesús, el que consideraban el gran ausente, resulta que está a su lado y los cuida.

En esa terrible «cuarta vigilia de la noche», justo antes del amanecer, cuando todo parece presagiar la catástrofe, cuando las tinieblas son tan densas que no vemos ninguna salida a nuestra situación, cuando la tormenta arrecia sobre nuestra barca y nos parece, como a los discípulos, que Dios nos ha abandonado ante el peligro, no lo olvidemos: en medio de la oscuridad y por encima de las olas, Jesús ya está en camino, para venir en nuestra ayuda.

Señor, si hoy, en algún momento, tengo miedo, sigue avanzando hacia mí.

EN MIS LUCHAS

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