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Hay un dicho castellano muy antiguo que dice «Detrás de la cruz está el diablo». Miguel de Cervantes, autor del famoso Don Quijote de la Mancha, lo cita tres veces (I, 6; II, 33 y 47), y lo aplica a situaciones que parecen inocentes, pero que esconden arteras trampas, así como a actos hipócritas que tratan de ocultar su maldad bajo apariencias religiosas.
Sobre este refrán, Sebastián de Covarrubias escribió allá por el año 1611 un comentario que parece ir en la misma dirección que el texto de Juan: «Nuestro enemigo [el diablo] a nadie persigue tanto como a los santos y buenos».
Los Evangelios nos cuentan que Jesús sufrió sin duda más que nadie este tipo de agresiones. Jesús empezó su ministerio asediado por Satanás, y los ataques del enemigo se fueron repitiendo a lo largo de los años, utilizando a todos los agentes que pudo para destruir su persona y su obra.
La oposición se hizo cada vez más hostil a medida que el mensaje del evangelio iba ganando corazones. Llegó un momento en que la oposición se convirtió en una lucha a muerte: «Los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo matarlo [...]. Entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, el cual era uno de los doce; este fue y habló con los principales sacerdotes y con los jefes de la guardia, de cómo se lo entregaría» (Luc. 22: 2-4).
En las llamadas «guerras carlistas» (una serie de conflictos sucesorios que enfrentaron a los españoles entre 1833 y 1876), el dicho «Detrás de la cruz está el diablo» sirvió de consigna en uno de los bandos. En el norte del país, donde tenían lugar las mayores refriegas, había muchas encrucijadas marcadas con cruces y numerosas iglesias, monasterios, conventos o ermitas que servían como escondites para atacar al bando contrario. Las tropas solían citar este dicho para advertir a sus compañeros que detrás de las cruces podían esconderse los enemigos.
Mientras vivamos en esta tierra, aunque la victoria sobre Satanás ya está ganada, todavía siguen los combates. En cada agresión, en cada acto de maldad, aunque parezca camuflado detrás de una «causa justa», o de una guerra «santa», el gran enemigo puede estar al acecho. Toda violencia, toda perfidia, toda malicia tiene algo de diabólico (Apoc. 12: 11). Mientras nuestra lucha continúe, detrás de la cruz seguirá estando el diablo.
Señor, en mis pruebas, me aferro a ti. Sé que ya has vencido al enemigo. Y contigo que yo también puedo vencer.