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Ojo y mano

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«Si tu mano te es ocasión de caer, córtala, porque mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno. [...] Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo, porque mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser arrojado al infierno» (Mar. 9: 43, 47).

La impresionante imagen evocada aquí por Jesús hace alusión a una situación extrema, debida a un grave accidente, a una gangrena o a una enfermedad muy peligrosa, en las que no queda más remedio que amputar un ojo o un miembro para salvar la vida de toda la persona.

El texto deja claro que ante un caso de grave peligro vale más cortar por lo sano que correr el riesgo de dejarse arrastrar por algo que puede acarrear consecuencias nefastas. Desde hace varios años, cada vez que he mencionado este pasaje en mis clases de Evangelios, casi sin excepción los estudiantes han visto en él una advertencia aplicable de manera directa a la adicción a la pornografía. Sobre todo, por la asociación fácilmente intuida entre el ojo y la mano.

Entre creyentes, los peligros morales y espirituales de esa dependencia hoy son ampliamente reconocidos. En primer lugar, porque se trata de una actividad muy poco digna, en la que pocos desearían verse sorprendidos por las personas que aprecian. Por otra parte, esa fantasía alimenta deseos sexuales insatisfechos y crea un ansia interminable de una excitación sexual que nunca se sacia. No solo esclaviza fácilmente a las víctimas de sus instintos más bajos, sino que además potencia su más elemental egoísmo, acompañándose a menudo de otros riesgos, como la mentira o la infidelidad.

Se trata de un mal hábito que se desea mantener oculto, y en ese esfuerzo porque nadie lo sepa, muchos pueden verse atrapados en verdaderas redes de embustes. Y cuando el mal hábito se transforma en adicción, entonces alcanza todavía más poder, porque si acaba con la fuerza de voluntad de la víctima, a esta le resulta prácticamente imposible detener el vicio sin ayuda exterior.

La Biblia advertía que «el que encubre sus pecados no prosperará, pero él que los confiesa y los abandona hallará misericordia» (Prov. 28: 13). Eso significa que al ocultar el mal hábito de la pornografía, sin reconocer sus peligros, ni buscar ayuda divina o de algún profesional para dejarlo, es decir, sin cortar por lo sano «tu ojo y/o tu mano», se corre el peligro de quedar fuera del proyecto de Jesús.

Dame la fuerza, Señor, de cortar por lo sano todo lo que me haga daño y me aleje de ti.

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