|
Este joven, como algunos que he conocido en mi ministerio, dice estar dispuesto a seguir a Jesús, pero no hoy sino mañana.
Ante esta decisión aplazada, vacilante, rectificada, Jesús le responde de un modo que, a primera lectura, nos parece desconcertante. ¿No podía aquel candidato a discípulo despedirse siquiera de su familia?
Para entender esta respuesta hay que recordar que despedirse en el mundo bíblico no era solo decir adiós. Aquellas despedidas podían durar no ya horas, sino días o semanas, y hasta alargarse indefinidamente. Esta realidad cultural se puede comprobar en diversos relatos históricos, por ejemplo, la despedida descrita en Jueces 19: 1-10. A veces despedirse significaba también zanjar definitivamente los asuntos personales pendientes. «Déjame que me despida de todo lo mío», puede querer decir: déjame que me despida de todo lo que constituye mi vida (es decir, resolver con los miembros de la familia posibles asuntos de herencia, sucesión o negocios).
Ante tanto recelo, Jesús responde que, si alguien quiere seguirle de veras, debe dejar de mirar atrás.
Los agricultores mediterráneos (conozco bien los de la huerta de Valencia), desde aquellos tiempos hasta hoy, aran sus campos con surcos increíblemente rectos. Siempre me ha asombrado su trazado perfecto, pues muchos han sido abiertos con un simple arado romano y una caballería. La concentración evidenciada por esos labradores para conseguir surcos tan rectos me impresiona.
Mirar atrás, no pensar en lo que uno emprende, sino en lo que deja, es una actitud espiritualmente peligrosa. Jesús lo repite en otras ocasiones: «Acordaos de la mujer de Lot» (Luc. 17: 32). Mirar atrás puede llevar a desviarnos, a perder de vista nuestro objetivo y hasta a quedar definitivamente atrapados por nuestro pasado. Hoy diríamos, en lenguaje automovilístico, que no podemos conducir con eficacia mirando constantemente por el retrovisor.
Seguir a Cristo es un compromiso serio que exige una resolución sin reservas, sin añoranzas inútiles. Quien pone la mano en el arado y sigue mirando atrás corre el riesgo de desviarse. Se puede seguir a Cristo sin cambiar de trabajo, pero no sin cambiar de rumbo. Nuestra entrega a él tiene que ser aún más total que la entrega amorosa. Las entregas a medias solo producen relaciones inciertas y surcos torcidos…
Señor, dame las fuerzas que necesito para vencer la presión de todo lo que me ata a mi pasado y poder seguirte con alegría.