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Para evitar los peligros del mundo, muchos cristianos sinceros se han aislado del mundo buscando así guardarse del mal. Y lo han hecho retirándose al desierto como anacoretas, aislándose del mundo en pequeños grupos de apartados y santos o refugiándose en monasterios, cenobios, conventos, etcétera.
Sin embargo, Jesús no desea eso para los suyos. Y le pide a Dios que no los saque del mundo, sino que los libre del mal. Porque el mundo debe ser su campo de trabajo. Retirarlos del mundo sería, sí, evitarles los numerosos problemas que les esperaban en el cumplimiento de su misión. Y ellos tenían, al igual que nosotros, una misión que cumplir en este mundo: continuar la obra de salvación iniciada por Jesús.
Hoy diríamos que Jesús le pide a Dios que nos dé resiliencia, es decir, la fuerza para hacer frente a las adversidades. El término «resiliencia», tan usado hoy en el campo de la psicología y de la educación, procede del lenguaje de la metalurgia, y se refiere a la cualidad que tienen algunos metales de no doblegarse ni partirse ante eventuales presiones externas. El Diccionario de la Real Academia define la resiliencia en estos términos: «Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos. Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido».
Jesús ora a Dios por nosotros para que nos dé la fuerza que necesitamos para resistir las presiones de este mundo.
El término griego que nuestras Biblias traducen por «mal», aquí, al igual que en el Padrenuestro (Mat. 6: 13), aparece en una forma que puede ser tanto neutra como masculina. Si es del género neutro significa «el mal», en cualquier forma, y si está en masculino se refiere al ««maligno», es decir, al diablo. No hay ninguna razón para hacer grandes diferencias entre ambos sentidos, ya que, el mal y el maligno van siempre juntos. Así parece verlo Santiago, cuando nos exhorta a acercarnos a Dios en las pruebas, para asegurarnos su ayuda. Y a resistir frente al tentador y todas sus asechanzas: «Resistid al diablo y huirá de vosotros» (Sant. 4: 7).
Esta promesa nos debe llenar de gozo, porque asegura convertir nuestras vicisitudes en victorias.
Señor, hoy deseo que hagas de mí un creyente resiliente.
EN MIS LUCHAS