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Perdón total

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«Y sucedió que le llevaron un paralítico tendido sobre una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: "Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados". Entonces algunos de los escribas se decían a sí mismos: Este blasfema". Conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: "¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: 'Los pecados te son perdonados', o decir: 'Levántate y anda'? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados -dijo entonces al paralítico-: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa"» (Mat. 9: 2-6).

Una de nuestras luchas más difíciles de vencer es la que libramos contra nuestros propios sentimientos de culpa. Pero para Jesús perdonar los pecados significa borrar completamente su registro y no acordarse más de ellos (Isa. 43: 25). El gran mensaje del evangelio es el anuncio de ese perdón total, que nos libera del terrible sentimiento de culpabilidad.

Brennan Manning, en su sorprendente libro The Ragamuffin Gospel (Multnomah Books, 1990, págs. 116-117), cuenta que en una ciudad del este del país se comentaba que una anciana decía hablar con Jesús. Estos rumores llegaron a los oídos del obispo y este decidió comprobar si era cierto, porque nunca es fácil distinguir la verdadera espiritualidad de las derivas fanáticas.

-¿Es cierto, señora, que usted habla con Jesús? Le preguntó el religioso. -Sí-respondió ella simplemente.

-Entonces dijo el hombre-, la próxima vez que hable con él, le ruego que le pida que le cuente todos los pecados que le he confesado en mi última confesión.

Sorprendida, la mujer respondió:

-¿De veras quiere que le pida a Jesús que me cuente sus pecados ya confesados? -Exactamente. Solo él los conoce. Tan pronto como usted vuelva a hablar con Jesús, se lo pregunta.

Unos días más tarde, la señora se encuentra con el obispo y le dice:

-Ya he vuelto a hablar con Jesús.

-¿Y qué? ¿Le hizo usted la pregunta que le pedí?

-Por supuesto. Le pedí que me dijera por qué pecados le había pedido usted perdón en su última confesión.

Todo preocupado, el sacerdote exclamó:

-¿Y qué le respondió?

Entonces la señora, tomando la mano del religioso en la suya y mirándolo directamente a los ojos, dijo:

-Esto es exactamente lo que Jesús me dijo: «Mi querida: No los recuerdo».

Entonces el obispo entendió que, efectivamente, esta mujer hablaba con Jesús, y lo conocía mejor que él.

Señor, jamás podré agradecer debidamente tu increíble perdón. Enséñame a perdonar como tú.

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