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Nadie es profeta en su tierra

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«Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: "No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa"» (Mat. 13:57).

La idea de que «nadie es profeta en su tierra» es tan universal que se ha convertido en un aforismo de uso común. Todo el mundo puede constatar en su propia experiencia, que: nadie suele ser objetivamente valorado ni admirado por quienes le rodean de cerca. El reconocimiento, sea o no merecido, suele venir de otros medios, más o menos alejados de nuestro entorno personal.

Esta declaración de Jesús es tan evidente que, hasta yo, que ni soy profeta ni hijo de profeta (Amós 7: 14) puedo confirmarla, además de forma literal: 40 de mis 47 años de ministerio «oficial» los he vivido fuera de mi tierra.

¿Por qué no solemos ser «profetas» en nuestra tierra? ¿En el lenguaje bíblico, 'profetizar' no significa exactamente predecir el futuro, sino más bien 'predicar', es decir, 'transmitir el mensaje de Dios? Cualquiera que lo haya intentado sabrá pronto por experiencia que es mucho más fácil hablar del evangelio ante extraños que ante la propia familia. Ya lo dice el refrán castellano: «Una cosa es predicar y otra dar trigo». Jesús lo estaba viviendo en su casa: sus hermanos no creían en él (Juan 7: 5) y sus parientes más cercanos iban diciendo que Jesús no estaba en sus cabales (Mar. 3: 21).

El público solo conoce del predicador sus hermosos sermones y sus grandes ideas. Pero su familia conoce todas las pequeñeces de su vida privada: en bata y zapatillas a cuadros, encerrado en su cuarto trabajando, en el baño, con sus catarros, su estrés, sus insomnios y sus manías. Todo eso no tiene ningún glamur.

El porte elegante en el púlpito, en la sala de conferencias o en la firma de libros solo dura unas horas. El sobrio traje es herencia del hijo, por pasado de moda; la camisa blanca impecable llegará a casa sudada, con los puños y cuellos rozados, lista apenas para ser lavada y planchada; y las corbatas, regalos socorridos de iglesias y cuñados.

Por eso, cuando Jesús dice que «nadie es profeta en su tierra» no se está quejando. Solo nos está diciendo que no esperemos de los nuestros lo que no pueden dar. En casa no solemos tener admiradores, sino personas que nos aman a pesar de todo, sin aureolas ni pedestales.

Señor, enséñame a quererlos así.

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