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Siguiendo a un loco

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«Y se juntó de nuevo tanta gente que ni siquiera podían comer pan. Cuando lo oyeron los suyos, vinieron para prenderlo, porque decían: "Está fuera de sí"» (Mar. 3: 20-21).

El entusiasmo por el evangelio, desde su inicio, fue considerado una locura. Para los familiares de Jesús, el que este se quedase sin comer por atender a los necesitados les parecía tan demencial que hicieron correr la voz de que había perdido la cabeza.

Pablo sufrió la misma experiencia. El gobernador Festo lo trató de loco (Hech. 26: 24), y de locos trataron a los cristianos muchos de sus contemporáneos (1 Cor. 1: 18-23). Entonces y ahora parece de locos creer que el Creador del universo se encarnara en un hombre y se dejara ridiculizar, maltratar y ajusticiar por los poderes de este mundo, en vez de reconquistar por la fuerza el territorio arrebatado por el mal.

Parece de locos admitir que la fuerza de Dios, que es el amor, se manifiesta de forma incondicional, sin tener en cuenta la reacción humana.

Parece de locos identificarse con los pobres, excluidos y maltratados de la tierra, y predicar a un Dios que ruega en vez de exigir, que ofrece en vez de arrebatar, que propone en vez de imponer o que sirve en vez de obligar. Que renuncia a su poder por respeto a nuestra libertad.

Para la familia de Jesús, y con ellos, para la mayoría de sus contemporáneos, Jesús era un loco, un inadaptado, un rebelde, un iluso, porque estaba empeñado en la obra de cambiar el mundo. Una auténtica locura, ya que eso significaba desafiar sus paradigmas de poder, egoísmo e intereses creados.

Su mensaje sigue siendo hoy una locura. Al seguir a Jesús los creyentes nos vemos en la «incomodidad» de seguir su ejemplo. Al aceptar a Jesús como maestro es preciso «negarse a sí mismo» y «cargar con la cruz» (Mat. 16: 24). Pero de forma misteriosa eso nos genera alegría y paz, felicidad y satisfacción existencial, porque es entregarse a los demás como él se entregó por nosotros.

A los que hemos sido contagiados por la locura de Jesús se nos puede vilipendiar, oprimir y hasta crucificar, pero no se nos puede detener. Nuestra misión es ser sal en una sociedad hastiada de su propia insipidez, levadura para transformar una masa indigesta y una luz que disipe las tinieblas en las que tantos se debaten.

Somos los locos seguidores de un Dios locamente enamorado de sus criaturas (Juan 3: 16). Contagiar y difundir esta locura de amor es nuestra gran tarea.

¿Cómo actuar hoy con quienes me rechazan por mi loca fe?

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