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Opinar... sin Saber

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«Vosotros, en cambio, no os hagáis llamar "maestro"; vuestro único maestro es Cristo, y todos vosotros sois hermanos unos de otros» (Mateo 23: 8, BLP).

Con la enorme proliferación de las redes sociales, se han multiplicado las voces por todo el orbe de quienes se atreven a opinar sobre cualquier cosa, aunque no sepan nada del tema, y a divulgar su opinión, por insensata que sea. Hoy miles de atrevidos "maestros" sucumben cada día a la tentación de opinar sin saber.

Durante once años tuve el privilegio de vivir en la fascinante ciudad de Berna (Suiza), a muy pocos pasos de la casa donde vivió el joven Albert Einstein entre 1905 y 1906. ¡Qué distinta actitud la de aquel modesto profesor de entonces con la de los osados "maestros" de hoy que opinan en las redes! Los alumnos del científico hicieron famosa una de sus frases: «Con lo que progresa la ciencia, estoy convencido de que la mitad de lo que he enseñado hoy es falso... pero no estoy seguro de qué mitad... » Su modestia se aliaba a su fino sentido del humor. Llegado a su nuevo puesto de trabajo, se cuenta que dijo lo siguiente: «Un teórico es alguien que conoce bien la teoría, pero no sabe hacer funcionar nada. Un práctico es alguien que sabe hacer funcionar cualquier cosa, pero no sabe explicar por qué. Aquí hemos conseguido unir teoría y práctica: nada funciona y nadie sabe por qué... »

En 1999, los medios científicos publicaron los resultados de unos trabajos de investigación que explican por qué tantos individuos incompetentes tienden a opinar como si fueran expertos, mientras que los altamente competentes tienden a subestimar sus habilidades. Este síndrome ha recibido el nombre de 'Efecto Dunning-Kruger', del nombre de sus descubridores, los psicólogos sociales David Dunning y Justin Kruger. Difundir como si fuera verdad lo que no lo es, aunque desearíamos que fuera, oculta nuestro rechazo a dejarnos interpelar por la verdad. Reconsiderar nuestras ideas nos expone al peligro de descubrir que estamos en el error, algo que, por miedo, no queremos ni i por asomo reconocer. Por eso prestamos atención y difundimos las opiniones que nos convienen, o que nos hacen sentir bien, en vez de escuchar las ideas que nos harían pensar de verdad.

Un refrán judío resume bien la idea: «El sabio siempre quiere aprender; el necio siempre quiere enseñar». El gran Salomón ya lo dijo con otras palabras: «No seas sabio en tu propia opinión; sino teme a Jehová y apártate del mal» (Proverbios 3: 7).

Los cristianos tenemos al gran Maestro, el único capaz de poder decir con propiedad: «Yo soy... la verdad» (Juan 14: 6). Ocupémonos de difundir esa auténtica verdad y no meras opiniones.

Líbrame hoy, Señor, de tan insensata soberbia.

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